Ahí está, solo, exhausto, abandonado, ensimismado entre sus ramas sin cuidar, que se vencen desoladas, entre sus hojas, que se ahogan, soportando el vacío de una tierra que simula parque sin otros árboles ni ningún verdor. Pero él me acompaña cada anochecer en mi paseo con el que descanso el día, cuando mi alma ya es una confusión de rostros, horas, sueños, y he de decirme que esa confusión solo es cansancio, que me acostaré y amanecerá y volveré a crecer en más vida para seguir el camino hacia la casa del Padre. Por eso he hecho mío este olivo y yo me he hecho suyo. Nos miramos y nos comprendemos. Tantos meses de sequía lo tienen apagado. Lo escucho sufrir en su silencio. ¿Cómo sufrirá un árbol? ¿Cómo sufrirá una flor o una mariposa? Recuerdo un comentario de Delibes, aquel escritor tan circunspecto, tan cuco según soplase el viento, que dijo que no era lo mismo matar un ciervo que una perdiz. Y es que los seres humanos, en nuestra insondable inconsciencia, nos arrogamos el poder de calibrar la capacidad de sufrimiento de la naturaleza, y así, por ejemplo, nos atrevemos a dictaminar cuándo empieza a sufrir un feto que vamos a abortar, o cuánto puede soportar un cuerpo humano para aplicarle la eutanasia. ¡Maravillosas piruetas de la mente para resolver la realidad que nos molesta! Es nuestra manera prepotente de planificar el sufrimiento. En vez de aplicarle a la vida amor, comprensión y solidaridad, le aplicamos muerte. Es nuestra manera de jugar a ser dioses. Mi olivo ya no puede más de sed y de desierto. La brisa que a veces se levanta solo es un ardor que lo envuelve para ahogarlo más aún. Su sufrimiento lo humilla y lo somete. Sus hojas se pliegan, como si así pudieran soportar la sed. Sus aceitunas parece que ya han madurado, pero son la quemadura de un sol caliginoso. Desde hace semanas, siempre que salgo llevo conmigo una cántara con agua. ¡Tres litros para la inmensidad de tanta sed! Ya sé que es apenas nada, pero la vida es vida siempre. Y me despido de mi amigo hasta el siguiente atardecer. Alzo la mirada hacia el cielo. Entonces sueño, sueño, sueño, y mi sueño es un mundo en el que los humanos aprendamos a superar el egoísmo, el miedo y las incertidumbres para responderle a la soledad del sufrimiento de esta vida solo con más vida.