Salen las mujeres a la calle con expresión de fiereza y sueltan palabrotas contra los jueces de la Audiencia como dardos secos contra sus togas. No entienden la rebaja penal impuesta a aquellos cinco gallos de pelea. La masa se nos muestra agresiva y grosera e, incluso por momentos, sarcástica. Aquello era como una guerra abierta contra el Derecho penal, como si los jueces tuvieran prejuicio en contra de la virtud de la joven acosada. Guerra contra el poder judicial acusado de malignidad.

¡La misericordia contra los agresores debe tener sus límites!, se oyó decir a algunas de las congregadas con voces tajantes y concluyentes, martilleantes, duras y hostiles.

Voces forradas de indignación y cólera. Sonaban a somanta a los jueces, condenados a un mes de pan y agua. Había algo extraño en aquellos temores y reclamaciones tan acordadas como entusiastas ante el espasmo de horror que debió sufrir aquella joven, acosada en aquel corredor diabólico.

Una corriente de alarma y repulsión debió cundir en el cuerpo de aquella joven madrileña que un juez no lo entendió como temor. Ese juez creyó ver en las manifestaciones de la agredida abandono y total entrega,indefensión de quien ya no es dueña de sí misma, carne pasiva, abandonada como arcilla bajo aquellas manazas de los de la manada, como si en ella no hubiesen existido los primeros temblores de repulsión razonable de una mujer agitada, temerosa, dolorosamente excitada. Si hubiese tenido un espejo, delante el cristal hubiese reflejado horror y desbordamiento de lágrimas.

Esa joven mató su san Fermín a fuerza de solicitud, locamente excitada por el ambiente festivo sin esperar que venados pudieran empitonarla. De haberlo sabido hubiera deseado ir cubierta de una capa de invisibilidad, no haber entrado forzada en aquel vestíbulo , silencioso y vacío, ni oír aquel amenazador silencio que luego se convirtió en turbamulta el lugar de aroma perfumado.

En aquel angosto pasillo todo fue ruidosa agresión en manada. Ella se convirtió en imponente fantasma a quien amordazaban brazos y manos de otros fantasmas. Ese no era el esperado y festivo regalo de san Fermín, deseado.

Debe sentirse oprimida por una súbita conciencia de las complejidades de la vida, del inesperado, terrible e insondable porvenir. Prefiere ser abstracción, alma que flote sin vacilación, pero es como joven navío que navega por un mar picado o como globo que va a la deriva en un mundo que la publicidad ha convertido en fantasía.

En aquella masiva manifestación se pedía Justicia contra el quinteto sevillano pero pocos se acordaban de aquella joven que sufrió. Demasiada masa iracunda para hablar de amor, demasiada altivez para hablar de la mujer dolida y violada, aunque se reclamaba la máxima pena para aquella violación. Ojalá la manifestación no quede solo en fachada y pantalla.

A sus diez y ocho años, sin experiencia, y ellos a sus más de veinte y cinco años, anchos de espalda y altos en atlética proporción, solo podían producir en ella indefensión ante sus pretensiones extravagantes. ¡Claro que se derrumbó! como se derrumbaron las murallas de Jericó ante el asedio sufrido de aquellos cinco monstruos dañinos.

Con razón la masa pide Justicia, los portavoces políticos anuncian cambiar la legislación, los jueces piden calma y que se recorra el camino del recurso hacia las más altas instancias. Los sevillanos han sido estigmatizados como personas no gratas y para la muchacha quizás sea lo mejor que comience a ser olvidada.

La solución para ella: olvidar aquella mala experiencia, entretenerse con palabras cruzadas para no cruzarse con tan diabólicos seres y quedar para la masa innominada.

Y sobre todo olvidarse de san Fermín.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba