Mientras que en los círculos de los gurús de la publicidad aplauden hasta con las orejas el anuncio de Old Spice, con un fornido mancebo que «huele a hombre, y no a florecitas como el hombre que tienes al lado», yo todavía estoy en estado de shock. Ojiplático perdido, valga el término.

Mi pareja, sin embargo, ya se está cansando un poquito de que aquí el primero que pasa, aunque sea en la publicidad, se arrogue el derecho de decirle a una mujer no solo lo que tiene que comprar y cómo vivir (eso ya se inventó hace un siglo con la publicidad de la Coca-Cola), sino también hasta cómo tienes que considerar a tu pareja y, por lo tanto, a una misma. Claro que para ella es fácil: me quiere mucho, tiene un gran sentido común y mucha inteligencia.

Yo, sin embargo, sigo abrumado con el anuncio intentando encontrar claves filosóficas, económicas y sociales a los nuevos modelos de publicidad, más que nada porque me recuerda muchísimo a aquellos anuncios de mi infancia que afirmaban que beber tal coñac es cosa de hombres, o a actitudes aún vigentes de que se es más macho y los argumentos tienen más fuerza cuando se golpea a la vez con contundencia la barra del bar mientras que no se deja hablar a nadie más...

Pero a lo que vamos: no logro pillarle el ritmo a estos exitosos modelos de nueva publicidad, que no deja de ser un reflejo de estos tiempos. Si el anuncio fuera para el sexo contrario y se invitara a un hombre a comparar a su pareja cuestionando su sexualidad y para que le imponga un producto, sí que tendría claro de lo que se trata. ¡Clarísimo! Pero con este... se me escapan cosas. Como cuando el actor pregunta qué tiene en la mano izquierda mientras inclina el hombro derecho, que a partir de ahí ya no sé si lo que huele a hombre son las entradas, los diamantes o la mano derecha fuera de encuadre. Lo dicho: estoy torpón y no llego a captar las sutilezas de la actual publicidad «rompedora».

«Voy a caballo», termina el spot publicitario. Recojo esta frase en el mismo momento en el que mi perro, Gastón, ha venido a postrarse entre mis pies como cada tarde, mientras escribo en el ordenador. Mi perro no huele a caballo. Y por cierto que para mí ya le va tocando una duchita. Va oliendo demasiado a algo así como... a hombre. Como muy a «hombre-hombre». Que tampoco lo veo del todo agradable. No sé si me entienden.