Cuando llega la noche y salgo a la calle con la basura repartida en varias bolsas, separado el cristal de los plásticos, los viejos periódicos de los restos orgánicos, siempre me asalta la duda de si estoy comportándome como un ciudadano modelo o como un jili que cumple con el correcto ritual nocturno para tranquilizar el molesto gusano de la conciencia. Cumplo como puedo, y siempre que los contenedores de colores no queden muy lejos, más no convencido, pues a mi alrededor solo veo un inmenso derroche de energía y consumo sin límite. Cuando llega el verano las circunstancias me liberan de la duda sobre las bondades del reciclaje pues donde paso el mes de agosto no hay contenedores de colorines, y eso que es un territorio frecuentado por amantes de la naturaleza, con ciertos restos de jipismo, militantes de la sostenibilidad y amantes del atún rojo. Recelo del reciclaje pues, aun siendo consciente de nuestro empeño en cargarnos el planeta, no creo en los voluntariosos mandamientos que nos asignan para luchar contra el cambio climático entre lo cuales el primero es disparar al bocazas de Donald Trump, convertido en el tío Gilito de todos los males del mundo, otra vez, para poder dormir tranquilos. Pero el aire acondicionado a chorro que nos congela el cuerpo y el espíritu no lo enchufa Trump. En estos días de calor se hace insoportable acudir a cualquier oficina pública, ya sea un consultorio médico, hospital o delegación de hacienda y no sentir un frío glacial. En el trabajo, algunas compañeras van con toquilla y otros con sudadera; si van a coger el AVE, quedan advertidos, no se les ocurra subir en tirantes; lo mismo si acuden al cine, donde si no lo previenen pueden salir con una neumonía tras dos horas sometidos al tormento de la refrigeración; los museos son otro lugar con alto riesgo de congelación, esta semana abandoné una placentera visita que se convirtió en un tormento a medida que avanza en el recorrido, los vigilantes y quienes despachaban las entradas iban con un polar pero al quejarme de la imposibilidad de resistir dentro del frigorífico me dijeron que era para la conservación de los cuadros expuestos. Por cierto, en la exposición solo había un reducido grupo de jóvenes y una señora. Estamos locos, pensaba para mis adentros, no tenemos ni remedio, ni consuelo, ni perdón. La energía es cara, carísima, los recursos son escasos, los hospitales cierran por falta de personal, mejor porque no hay presupuesto para pagarlo, somos pobres como país y vamos a menos, pero somos unos manirrotos que combatimos la supuesta ola de calor con una ola de frío polar que nos tiene congelada la sesera.

* Periodista