Con la aparición en escena de los audiolibros parece como si recuperásemos aquello de (cantad conmigo) Video killed the radio star, pero a la inversa. Aquella cancioncilla de The Buggles que ponía punto y final, con cierta nostalgia, eso sí, a toda una era auditiva para celebrar el veni, vidi, vici de lo visual con todo un nuevo campo de posibilidades por descubrir. En cambio, ahora lo que nos proponen las diferentes editoriales que ya ofrecen libros en formato para escuchar en vez de para leer, es dejar de lado los ojos, la vista, para volver a las orejas, al sonido. Lo que decía: deshacer el camino.

Un audiolibro es una cosa práctica; eso no lo negaremos. Pero, práctica ¿para qué? Pues para cualquier otra cosa que no sea leer. Quien nos vende esta forma de lectura cada vez menos novedosa suele insistir mucho en que una de sus ventajas es que mientras leemos podremos conducir, limpiar la casa, hacer running o pasear al perro, por ejemplo. El resumen básico de todo eso es que el audiolibro te deja libres tanto las manos como los pies.

También deja libre el sofá de tu casa donde habitualmente te sientas a leer: nos quieren hacer levantar el culo, los audiolibros. Es muy de los tiempos que corren esto de estar ocupados, siempre ocupados, con dos o tres o cuatro cosas a la vez: el resto es perder el tiempo.

El tiempo. La medida del tiempo de la lectura auditiva tampoco es la misma que la de la, llamémosla así, lectura-lectura. El otro día, tomándome un café en una terraza, escuché cómo en la mesa de al lado un señor decía: «Ayer me leí el primer capítulo: 50 minutos». Me costó un par de frases suyas más enterarme de qué hablaba, primero, de un libro sobre técnicas de venta, y, segundo, que no era un libro sino un audiolibro, claro, de ahí que tuviera tan cronometrado cuánto duraba en el tiempo (minutos) y no cuánto ocupaba en el espacio (páginas) aquel primer capítulo del libro en cuestión; del cual, según siguió explicando, había retenido un par de ideas nada más. «Pero ya es eso --siguió diciendo--, cuando lees un libro de verdad». Eso dijo: «De verdad, ya es eso con lo que te quedas: con un par de ideas nada más», remató.

Un par de ideas nada más. No sé si él contaba como bien empleados aquellos 50 minutos, porque tampoco sé si mientras tanto no estaría sacudiendo con ímpetu una cazuela de bacalao al pil-pil, cosa que bien podría haber sido.

En fin, lo que venía a decir es que está bien que existan los audiolibros; que dos ideas nuevas en la cabeza mientras te haces el bacalao siempre son mejor que pasarse la vida sin ampliar el número de las que ya vienen de serie; ahora, ¿levantar el culo del sofá? ¿Saber exactamente, al segundo, el tiempo que va pasando mientras avanza la lectura? ¿Privar a los ojos de los saltos adelante, en diagonal, o hacia atrás, buscando la frase exacta que queremos releer sea por vicio o sea porque tres líneas más abajo nos asalta la sensación de que nos hemos perdido algo importante? Eso no.

* Librera