Ahora llegan las interpretaciones. Y la política con minúscula (la mezquina, la que rentabiliza al corto plazo). Sin embargo, cualquiera que el jueves se diera un paseo y comprobase la diversidad de la presencia masiva en los actos y manifestaciones del Día de la Mujer podría ver lo sencillo: allí había de todo. Está bastante claro que la mayoría de los manifestantes no comparten las exhibiciones de tetas ni las diversas ordinarieces que se dieron en un estado mínimo, y que la gente que salió a la calle no se acogía necesariamente a banderas de ningún signo político, sindical o religioso. Las mujeres, y los compañeros que las respaldaron, pedían lo que ya sabemos todos: un trato justo en la vida real, una igualdad que no sea solo legal, sino que llegue a las casas y a los trabajos y a la sociedad y haga mejor la vida de todos. El mensaje es para los políticos que lo quieran escuchar, y mal harían entrando a degüello en una cuestión que expresa un malestar largamente larvado y que trasciende los razonamientos sobre si había que hacer huelga o no. De hecho, cada mujer hizo lo que que quiso --algunas lo que pudieron, que no se nos olvide-- y a ninguna se relegó fuera grande o pequeña su participación. O inexistente. Ya estamos en el día dos del 8-M más contundente, en el que como mínimo se habrá hecho reflexionar a mucha gente. Ojalá la sociedad vuelva a ir, en su día a día, por delante de los políticos. Y que todos (vale, y todas) seamos capaces de decir «oído, cocina».