Cada cual tiene su oficio. El mío, enfrentar a la gente y amamantarla de violencia. Vivo de eso. Es un oficio tan digno como el que más. Eso sí, con muchas ventajas en relación a los demás oficios: no he necesitado estudiar, ni opositar, ni mandar currículum, ni hacer colas en el paro, ni preocuparme por mi jubilación ni por un seguro de enfermedad. Ya en la escuela era el listillo del patio de recreo. Luego, tanteé el mercado de la oferta y la demanda, capté mensajes e intereses y me subí a un estrado a gesticular y vociferar según mi maestro me movía los hilos. Ahí empezó mi esplendorosa carrera. Primero, lacayo de mis jefes, el que les reía las gracias, el dispuesto para todo, el correveidile, el mensajero, el secretario en la sombra. Sin escrúpulos, pisoteé y trepé hasta la mejor posición. Ya tengo asegurado el futuro para siempre: tertulias en televisión y radio, artículos de periódico, entrevistas y mensajes en las redes sociales: voy sobre ruedas. Ahora me cisco en la Constitución, juro lo que quiero en mi nombramiento de diputado, cobro del presupuesto y saco mi bocina. Cuando estalle el jaleo que he montado, me voy al país que costea mi oficio y allí vivo del cuento de exiliado. ¿La gente que me aupó?... Que se pudra en otros años de violencia. Allá cada cual con su oficio. Yo solo me importo yo. Dentro de cuarenta años, cuando ya nadie se acuerde, regresaré con la insignia de la reconciliación. Mis compinches y yo, y todo el que se quiera apuntar a este viejo nuevo oficio, haremos otra transición democrática, ejemplo para muchos países, otra Constitución del consenso, otra democracia de pastiche, con su control de partidos, sus chapuzas de recuento de votos y sus nuevas generaciones entontecidas con mi imagen. Seré el ejemplo de político prudente. Pero bajo cuerda depositaré en el nido de España mis huevos de cuco, para que otros incuben nuevas crías, como me ocurrió a mí. Así, cuarenta años después, eclosionarán los huevos y nacerán otros nuevos yos: listillos, arribistas, advenedizos, alumnos aventajados de la misma escuela que me produjo a mí. Y de nuevo a lo mismo. Si llevamos así dos siglos, ¿por qué no podemos llevar otros dos u otros diez? Soy depositario de una tradición. Quien piense de otra manera que se busque otro oficio.

* Escritor