Hablar de cultura del esfuerzo parece reaccionario, no en vano los privilegiados siempre han usado este valor ético para hacernos creer que ellos estaban donde estaban gracias a méritos personales y no a circunstancias que ya les venían dadas.

Que se haya hecho un uso perverso del concepto no significa que este no tenga valor. Se tiene que fomentar entre las generaciones jóvenes la cultura del esfuerzo. Soy consciente de que esto suena a viejo y gastado, pero echo de menos que a lo largo de las distintas etapas educativas se inculque a los alumnos la necesidad de perseverar en el intento de mejorar el propio rendimiento.

Esforzarse es una buena predisposición vital, imprescindible si vienes de determinados contextos en que lo tienes todo en contra. Se lo dice alguien que es escritora habiendo nacido en una casa sin libros. Y aunque no se puede promover la idea de que lo podemos lograr todo solo con esfuerzo individual, obviando que sin la mano tendida de los demás no llegaríamos a ninguna parte, el caso es que el esfuerzo sí es necesario.

Enseñar a nuestros hijos a tener que ir un poco más allá de lo que no les supone ningún trabajo es absolutamente imprescindible si queremos que saquen el máximo provecho de sus capacidades, que expriman lo que la vida les puede dar. Pero entiendo que mi opinión es más bien minoritaria.

A la generación de los que ahora son adolescentes se lo han dicho desde pequeños, que lo más importante es que se lo pasen bien. Que hay que aprender jugando, que todo tiene que ser fácil y si no lo es ya les buscaremos especialistas que encuentren la raíz de sus dificultades pero no nos hemos acordado de pedirles que ejerciten, simplemente, un músculo tan importante como los demás: el de la voluntad. Al fin y al cabo este es de los pocos al alcance de cualquiera.

No podemos escoger el lugar donde nacemos, en qué país, en qué clase social, en qué barrio, no podemos hacer nada para cambiar el hecho de tener la casa llena de libros o no. Lo único que nos queda es esforzarnos para cruzar y rebasar, precisamente, los límites del mundo que nos vino dado.

* Periodista