Los españoles hemos visto la reedición en clave política de aquella famosa serie estadounidense que dejó de emitirse en los años 80 de Con ocho basta. Precisamente han tenido que ser también ocho meses los que nos han bastado para percibir los episodios más pedagógicos de hasta donde se puede estirar, deshilachar y remendar el paño de la democracia, sin siquiera cortar un solo patrón de sentido común que no ya de decoro. Desde que Sánchez siguió los pasos del Fausto de Goethe y se unió a los mefistofélicos separatistas para beber a sorbos ese delicioso vino palaciego que se sirve en el poder, los españoles nos hemos sentidos como aquel pueblo de los zares que veían la grandeza y abundancia de sus soberanos rusos en su nombre pero sin él. Han bastado ocho meses para experimentar hasta donde unos partidos políticos anticonstitucionalistas puedes dañar y doblegar la política de una nación regida por la misma constitución que ellos menoscaban. Pero es que la política en demasiadas ocasiones que se viste con la capa de la democracia oculta bajo ella un terrible sofisma: el de dar abrigo a partidos políticos en cuyos principios fundamentales se adjura de esa misma carta que les da naturaleza de organizaciones dentro una democracia determinada. Esa lección la ha experimentado España en estos ocho meses en los ya castigados lomos de los ciudadanos. Pero además hemos aprendido el motivo fundamental de por qué se quitó a Rajoy de en medio cuando realmente el nuevo gobierno no iba a poder gobernar con la representación real de ese sofisma democrático que son los independentista: nuestra democracia puede acabar en ser un mero juego de mesa en el que se quita y se pone presidente con unas sencillas reglas que caben en un escueto folleto de aquellos de los Juegos Reunidos Geyper. El nombre del jueguecito está claro: con ocho basta.

* Mediador y coach