Hay voces críticas en relación al Black Friday. Y no hablo de ciudadanos concienciados contra el consumismo, sino provenientes del mismo sector comercial. Dicen que no es que se venda más, sino que se vende -a un precio más bajo- lo que se ha dejado de vender antes o lo que se habría vendido después. En el 2015, este fenómeno estalló y, desde entonces, el enorme aumento en porcentaje de ventas parece que ha ido, cada año más, a la baja. Puede que sí. El hecho, sin embargo, es que el bombardeo sigue siendo constante, endemoniado. Y que, en este tiempo, hemos asistido a una circunstancia muy curiosa. Si todo comenzó con campañas pensadas por las grandes compañías y para la venta de tecnología, electrodomésticos o regalos, ahora la moda se ha extendido a todo.

Todo el mundo practica el descuento, este viernes: un fontanero dice que te lo rebaja a la mitad, un bar te ofrece dos cortados por uno, un restaurante baja el precio o te regala una copita. Es una obsesión universal, un afán por estar presente a toda costa en esta ola que invade la vida cotidiana. No verse manchado por el BF a estas alturas ya significa ser un héroe, un superviviente, un misántropo. O las tres cosas a la vez.

* Periodista