En muchos jardines y aceras de gran parte de los pueblos de nuestro país es frecuente observar plantaciones de árboles de hace más de quince o veinte años, cuyo tronco evidentemente se ha ensanchado. Sin embargo, proporcionalmente, el tamaño de sus copas sigue siendo igual o más raquítico que lo fue en aquellos años lejanos en que se plantaron

Y cuando llega esta época , ante la actividad frenética de las sierras eléctricas de las brigadas municipales, me pregunto qué sentido tiene invertir económicamente en la plantación de arbolado, en su riego, su abonado, en las podas... Si con esta actitud se impide a estos ejemplares cumplir periódicamente sus funciones naturales: no podrán florecer, no perfumaran el aire, no podrán ofrecer su ramaje a los pájaros para construir sus nidos, no darán frescor ni sombra a los caminantes, no absorberán el CO2...

Antes de caer en este error absurdo, aconsejaría a los ayuntamientos que no plantaran. Al menos ahorrarán.