Aquel jolgorio patrio en Malasaña es una batucada en Núñez de Balboa. Los extremos se tocan, pero no se atemperan, y no pueden vivir sin su contrario. Ni existen ni respiran, ni alcanzan un sentido. Sin embargo, entender estos dos desfases del desfase como un pulso ideológico es quedarse en la arena de las cosas, sin mirar qué hay debajo. Y aquí lo que tenemos es la misma astracanada en busca de su propio desalojo, no una confrontación de identidades con su nervio político. Cuando veo las imágenes de esas gentes reunidas en la calle Núñez de Balboa de Madrid para pitar al Gobierno sin guardar la distancia de seguridad, y las comparo con las de hace una semana en Malasaña, con ese botellón en plena calle en la que sólo faltaba la voz de Manu Chao volviendo del pasado, me doy cuenta de que entre la calle Núñez de Balboa y la plaza de Manuela Malasaña hay un pasadizo recorrido por una imprudencia melliza de sí misma, con pocas variaciones y un cordón genético común. Sucede, por desgracia, que estamos tan comidos de guerracivilismo que en cualquier altercado vemos las dos Españas, sin recordar que Antonio Machado ya predijo que una de las dos -cualquiera, en suma, que no sepa bajarse de su radicalismo- nos helaría el corazón. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios: del coronavirus, por supuesto, y también del riesgo de encontrarte en mitad de cualquier vecindario que conquiste la nueva realidad -porque normalidad, no es- a golpe de terraza.

Lo de Núñez de Balboa ha tenido tanto éxito como efecto boomerang contra los convocantes que ahora hay varios memes del escudo de Falange Española con el haz de flechas convertidas en palos de golf del revés, después de que un fulano la emprendiera a golpes contra una señal de tráfico, con su palo de golf, al grito de libertad. Pero ni la libertad era eso, ni era un palo de golf, sino una escoba, como se ha descubierto en un vídeo reciente. Sin embargo, la visión borrosa de un palo de golf que al final sólo era la escoba voladora de La bruja novata sacada del desván ha servido para desenterrar ese odio de una cierta izquierda abrasadora, nostálgica del paraíso del gulag, con su rencor de clase contra el barrio de Salamanca. No importa que no fuera un palo de golf: son todos unos pijos, unos fachas. Unos fascistas. Sin embargo, esa gente festiva que salió en Malasaña solo era unos muchachos rebelados contra el confinamiento, exhibiendo los ritos de su juventud sobre un acerado convertido en la piel liberada del tambor de Madrid.

Más allá de que uno pueda irse de vermús alegremente con una camiseta de Lenin o de Stalin sin que nadie lo llame genocida, mientras que, si llevas una pulserita con la bandera de España, ya eres sospechoso de haber matado a Lorca, creo que todo esto no es asunto político, sino de civismo. Vaya por delante que cualquier ciudadano tiene derecho a exhibir toda su batería de cocina en los balcones contra Sánchez o contra Díaz Ayuso, pero aquí lo que estamos es hablando de una gente que ha salido a la calle para reconquistarla, con la fiebre en las venas y el barullo feriante al pelotón. No es sólo Núñez de Balboa, con sus caceroladas, ni solo Malasaña hace unos días, sino todas las imágenes que están saliendo de la gente abarrotando bares, escapando por las puertas traseras si la policía llega, juntando las mesas y convirtiendo a los camareros en vigilantes de nuestra salud. Es posible que no estuviéramos preparados mentalmente para volver a salir, pero es seguro que lo estamos haciendo de la peor manera y en unas circunstancias poco claras.

Hace semanas, media izquierda española se dio golpes de pecho por la publicación en El Mundo de la fotografía de un muerto por el coronavirus. Es fácil ahora criticar a Núñez de Balboa, Malasaña y todas las terrazas por no guardar la distancia de seguridad. Quizá tengamos una frivolidad congénita o despreciemos la vida, pero no lo creo. Con tanto Resistiré -necesitaré una curación de años sin oírla para recuperarla-, con tantos bizcochos caseros y tanto bailecito en la ventana se nos ha hurtado la visión de la verdadera cara de la enfermedad. Aquí ha faltado ver en el telediario, por ejemplo, la realidad de los enfermos intubados bocabajo, porque se ahogan, y sólo así mantienen cierta capacidad respiratoria, con úlceras en las mejillas. O el dolor de quienes no han podido despedirse de sus padres y abuelos. ¿Irresponsabilidad? Sí. Pero ha faltado y falta una concienciación real de lo que ocurre. Nos falta tener miedo.

* Escritor