Esto es otra guerra!, me acaba de decir la vigilante de seguridad del hospital Reina Sofía de nuestra localidad cuando he entrado y me ha recriminado el hecho de no llevar la mascarilla a la altura reglamentaria (¡existe una altura reglamentaria!). Y no se equivoca: esto es otra guerra. Menos de un semestre ha bastado para que los delicuentes tradicionales hayan pasado a ser los grandes olvidados y hayan sido sustituidos por una nueva pléyade de delicuentes que traen consigo delitos nuevos que habrá que tipificar de una u otra forma en el código penal. Pero esta tipificación se la dejo al buen amigo Marcos Santiago, que para eso es el especialista en estos asuntos. Tengo que reconocer que en algo me he equivocado de manera rotunda. Yo pensaba que con el confinamiento se iban a producir saqueos masivos en comercios, bares, almacenes, grandes superficies. Así lo expuse públicamente y ahora entono humildemente el mea culpa . Se ve que el ejército de cacos se ha caconfinado igual que el resto de sus congéneres. El caso es que podemos ir olvidándonos de la tipología delictiva tradicional. Adiós al timo de la estampita, al del tocomocho, al del inspector del gas, a los tirones de bolsos, al robo de carteras en el metro (es que, claro, la distancia de seguridad es la distancia de seguridad...). Crecerá, eso sí, la delincuencia virtual porque con esa no hay riesgo de contraer el coronavirus. Pero junto a ella, está apareciendo de manera súbita esta nueva tipología delincuencial que, mientras Marcos pone algo de cordura a esto, me limitaré a plantear grosso modo .

Antes de proceder, como diría el buen Alberto de Paz, tengo que aclarar, y creo que estaréis de acuerdo conmigo, que nuestras autoridades han conseguido convertir a nuestro Estado en un Estado policial. Sale mucho más barato, gratis diría yo, para este Gobierno, conseguir que seamos los propios ciudadanos los policías de nosotros mismos. Esto sí que es un chollo. Dije en el artículo anterior que no nos reconocemos pero nos miramos más que nos hemos mirado nunca. Nos miramos además con cierto tono de amenaza. Algunos y algunas, desde luego están disfrutando con esto... ya lo hacían desde aquellos días de confinamiento en que su orgasmo diario (multiorgasmo incluso -me atrevería a afirmar-) consistía en estar de policías balconeros para increpar e insultar a toda suerte de individuo que viesen por la calle. ¡Qué bien les ha venido a todo este ejército de policías y militares frustrados! A esto podemos sumar ahora, además, la recogida de datos personales que se va a efectuar sobre todo en locales de ocio y que tanto irrita a mi colega Rafael Cejudo, un gran defensor de los derechos y libertades individuales que tanto esfuerzo nos han costado conseguir.

Procedo pues. El delito «estrella», como no podía ser de otra manera, es no llevar la mascarilla. ¡Madre mía, madre mía!, cuando ya estás en la calle y te das cuenta de que se te ha olvidado en la casa. Te viene de repente un sudor frío, sobre todo si ya te encuentras algo alejado del domicilio y quedas, así, expuesto al escarnio de la masa. Buscas corriendo una farmacia para dejar el eurito y ser librado así de una crucifixión segura y ¡merecida! Dentro del grupo «delitos mascarilleros» está el denominado «la llevo pero vargame er Señoh », que se produce al bajarte del coche, por ejemplo, en una gasolinera y olvidar que debes ponértela. A este delito le sigue, quizás en un segundo puesto, el imperdonable error de no seguir correctamente las flechitas de entrada y de salida en los establecimientos. La bronca que me propinó hace unos días una buena señora por no salir de un establecimiento por donde indicaban las flechitas de los... fue menuda. En fin, os invito a completar esta lista que, seguro, dará mucho que hablar en los próximos meses. H

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea