Desde la semana pasada tenemos nuevo Gobierno en Andalucía, lo que ha levantado no pocas expectativas, positivas en algunos casos, alarmistas en otros. El hecho es que no lo va a tener fácil. Más bien al contrario, va a tener muy complicado armar siquiera una línea clara de gestión, lo que no quiere decir que sea imposible, pues hay, en mi opinión, dificultades objetivas que el mismo Gobierno debería tener en cuenta para poder enfrentarlas.

La primera dificultad del nuevo Gobierno andaluz es la misma forma en la que se ha configurado: una coalición minoritaria. Una coalición de dos partidos que necesitan el apoyo de un tercero, Vox, que está ideológicamente en el extremo de uno de ellos, lo que hace imposible una acción de gobierno coordinada. Es, como lo fue el del presidente Sánchez, más un gobierno «anti» que un gobierno «pro». Es decir, lo que une a los votantes y, por extensión, a los partidos en el Gobierno, no ha sido un proyecto común, que no lo tienen el PP, Ciudadanos y Vox, sino el hartazgo de la utilización de la Junta por parte del PSOE. Desalojado el PSOE han de encontrar un relato común que se concrete en aquellas medidas que conciten la mayoría en el Parlamento.

La segunda dificultad es el momento en el que se ha producido el cambio, pues ha sido el resultado de las primeras elecciones de un ciclo electoral en el que los tres partidos cuasi-coaligados compiten. No va a ser fácil para el presidente Moreno y el vicepresidente Marín mantener la buena sintonía en los próximos meses compitiendo sus candidatos por las principales ciudades de España, y siendo conscientes de que, para gobernar muchas de ellas, tendrán que llegar a acuerdos. Como no va a ser fácil mantener el Gobierno en campaña para unas generales.

La tercera dificultad es la misma Junta y la cultura política que ha instaurado el PSOE en Andalucía tras sus 36 años de Gobierno. La Junta, como todas las administraciones públicas regionales grandes con un partido dominante (Cataluña, País Vasco, Galicia) ha desarrollado un entramado institucional y una cultura politico-adminitrativa que no es fácil de gestionar sino por inercia, especialmente sin cuadros medianamente preparados. No es solo, como se cree comúnmente, el problema de la «administración paralela», son también las relaciones personales y las dependencias económicas que la Administración andaluza ha ido tejiendo a lo largo de los años. La Junta de Andalucía es casi el 20% del PIB andaluz, lo que habla no solo de la debilidad relativa del sector privado, sino de la dependencia que ha tenido la actividad económica privada de la actividad de la Junta, de la cercanía al PSOE. Y, junto a la dependencia, la discrecionalidad en los modos y procedimientos de la Junta. Una discrecionalidad amparada en el convencimiento de que nadie podía enfrentarse a las decisiones de la Junta, pues el coste del enfrentamiento siempre ha corrido en contra de la ciudadanía. Cambiar esta cultura tampoco va a ser fácil.

La cuarta cuarta dificultad va a ser la escasez de cuadros. Es cierto que el PP, partido estructurado y grande, tiene número suficiente de cuadros con experiencia en la Administración central y local. Pero no todos están disponibles. Por su parte, Ciudadanos no cuenta con tantos de confianza como para armar una administración en poco tiempo, máxime cuando una parte de ellos los tiene que presentar a las próximas elecciones para expandir su poder local, de ahí que necesite independientes.

Y, finalmente, la última dificultad la va a plantear la oposición del PSOE. Una oposición que será dura y poco limpia (se vio en la investidura), porque no se esperaba perder el poder, porque hay ajustes de cuentas internos que solo se pueden acallar con una victoria en las municipales que prepare los votos para las generales.

No, no lo va a tener fácil el nuevo Gobierno. Así que al menos puedo desearle suerte.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía