Todo yacimiento que quiera ser mostrado al público requiere de una intervención previa destinada a interpretarlo y hacer de él un factor de recreación espiritual, educativa o sensorial; pero, a la vez, toda restauración arqueológica habrá de ser extremadamente respetuosa con los restos existentes, procurando no afectarlos ni tampoco desvirtuarlos mediante reconstrucciones que acaben convirtiéndolos en algo nuevo y por tanto diferente al original, próximas al parque temático, o simples ejercicios más o menos artificiosos de arquitectura moderna. Se trata, no obstante, de una práctica que suele gustar mucho a los responsables institucionales del patrimonio arqueológico, muy dados a las banderías y a los intereses a corto plazo, lo que les lleva de forma habitual a canalizar las inversiones casi en exclusiva hacia conjuntos arqueológicos especialmente representativos, populares o rentables en términos políticos o electoralistas, que, en una paradoja de la que en muchos casos no deben siquiera ser conscientes, evocan con frecuencia a los sectores más elevados de las sociedades que los generaron («Convertir el patrimonio arqueológico en una sucesión de parques temáticos para pasacalles, espectáculos y actos sociales desvirtúa su naturaleza y la finalidad prevista en la legislación. Sin embargo, en el mundo mediático en que vivimos parece que los máximos responsables de las instituciones solo aspiran a eso», decía el editorial de la revista malagueña Menga en su número de 2015). Priorizan así determinadas etapas o aspectos de la vida que en ellos se desarrolló, o los fosilizan ateniéndolos a un momento concreto, en un intento vano de detener el tiempo que no es en el fondo sino una falsificación del discurso histórico real. Eso, por no hablar de la relación entre inversión y rentabilidad pública, que en ocasiones adopta tintes de auténtico surrealismo/megalomanía, o entra en el terreno de lo absurdo como consecuencia de criterios mal entendidos y/o el consejo de profesionales en busca más del protagonismo y la rentabilidad personales que de la estricta objetividad científica.

En ese modelo de yacimiento fosilizado imperante en buena parte de España y Europa, las montajes y los sistemas de iluminación, los materiales que se empleen y los recursos museográficos (incluidas las nuevas tecnologías) son fundamentales para decodificar los mensajes y hacerlos comprensibles a todo el mundo. Algo que debe plantearse sin excepción desde las más estrictas contención y prudencia, dado que todo lo relacionado con la musealización, la recreación o la restitución de yacimientos es inestable, controvertida y resbaladiza «tierra de fronteras». De ahí mi interés en hablarles de un proyecto absolutamente innovador patrocinado hace algunos años por la Soprintendenza Archeologia y el Segretariato Regionale BCP de la Puglia en la basílica paleocristiana de Siponto (Manfredonia, Italia). En lugar de la consabida cubierta, no siempre acertada ni efectiva, se encargó al hoy ya reputadísimo Edoardo Tressoldi una reconstrucción ideal del conjunto mediante malla metálica similar a la que nosotros empleamos para los gallineros que consigue dar perfecta idea de los volúmenes arquitectónicos, aunque entendida más como obra de arte o performance que como reconstrucción al uso: ligera, transparente, no invasiva; casi, en realidad, un holograma. Con tan imaginativa solución el yacimiento ganó atractivos nuevos hasta el punto de que ha multiplicado su número de visitantes, fascinados por la sugestión y las sensaciones que provocan ruinas y montaje artístico combinados, en particular por la noche con ayuda de la impactante iluminación. La propuesta es reversible, potencia el valor de los restos, y no afecta en absoluto a su conservación. Como modelo debe, pues, ser destacado, aunque por el momento siga sin estar resuelto el tema de su gestión, de la que dependerán sus potencialidades futuras y su carácter, efímero o permanente. La fórmula se ha ensayado ya en el teatro romano de Tarragona, si bien en este caso la malla metálica se ha sustituido por una estructura férrea que permite incluso deambular por ella. Resulta por tanto más pesada, y rompe de alguna manera la liviandad casi etérea de la propuesta italiana. Con todo, ambas ponen sobre el tapete de la discusión científica el que será uno de los mayores desafíos para las integraciones patrimoniales del futuro: la búsqueda de nuevas narrativas que, desde el respeto absoluto a la ruina y la plena reversibilidad, ofrezcan, más allá de historicismos trasnochados, formatos innovadores capaces de evocar volúmenes, propiciar la inmersión del visitante en el edificio rememorado, facilitar el diálogo, y provocar en aquél respuestas emocionales que faciliten su intensa, personal e íntima comunión con el pasado.

* Catedrático de Arqueología de la UCO