Nuevas elecciones, viejas decepciones. Nuevas esperanzas, viejas desesperanzas. Porque el sistema está corrompido en la base, y a todos les conviene así, elección tras elección; porque un voto no es igual a otro, según esa contabilidad perversa que se inventaron en la Transición; porque insistimos en unas campañas para un pueblo convertido en masa, adocenado por los medios de comunicación y de incomunicación; porque cuarenta años de política educativa han madurado en este fruto huero; porque la política se ha ido convirtiendo en un circo de figurones, cuyos programas electorales son aire que resuena en la oquedad de la nada; porque la palabra se ha convertido en la perversión para prometerlo todo e incumplirlo todo; porque nadie lee nada, y así unos señores y señoras se pueden cargar todo y regresar tan tranquilos a sus vidas; porque nos hemos acostumbrado a vivir de esperanza en desesperanza, de expectación en desesperación, y ser hasta la muerte números, colas desde el infinito hacia el infinito; porque hemos aceptado que lo normal sea que no nos resuelvan los problemas, vivir en la mentira y en el enfrentamiento, en la traición de las ideas; porque no valoramos ni el salario que ganamos con la sangre de nuestra frente, con la humillación de nuestra dignidad, y que nos expriman en sus recovas, sus inquinas, sus banderas; porque nos sentimos cómodos siendo los esclavos de las pirámides, los remeros de las galeras, la carne de cañón, del andamio, de la ira; porque ya no nos importa poner siempre sangre, sudor y muerte en este circo de mentiras y apariencias, de guapitos y guapitas; porque vendrá otra y otra campaña electoral, otra «fiesta de la democracia», otro lunes para ser más masa corrompida, más soledad, y otra generación que coja el relevo de gritar, lanzar piedras, blandir palos, y todo seguirá igual en esta nada maquillada de democracia, esta vieja vestal adornada con las mismas viejas joyas, que sólo eran los abalorios de una meretriz de caseta de feria. Y la cabra-pueblo haciendo equilibrios sobre la vieja lata, y el ronco tambor hueco, que la anima, y las alabanzas del director de circo, y pasar la gorra hasta esquilmar al pueblo en su ruina moral y existencial, y la trompeta enmohecida, y su estridencia, y pasar la gorra.

* Escritor