Entre los efectos que nos va dejando la COVID-19, no cabe duda que la economía y el modo en que consumimos se han visto brutalmente resentidos y nos obligará a replantearnos funcionamientos anteriores.

Podemos concentrar el análisis económico principalmente en tres campos: consumo, ingresos y economía global. Respecto al consumo, nuestros hábitos han ido cambiando, en primer lugar porque hemos ajustado la cesta de la compra con mayores criterios de necesidad, situándonos en una realidad de menor acaparamiento y previsión en el tiempo de la crisis. Es decir, solemos gastar y consumir menos y eso hace que los beneficios de comercios y productores bajen. Dentro de la bajada en el consumo y gasto hemos de diferenciar entre aquellos grandes centros logísticos y centros comerciales, y los pequeños comerciantes y productores. Suelen ser estos últimos los que mas sufren los efectos de la reducción citada, lo que provoca un empobrecimiento continuado.

En segundo lugar, en cuanto a los ingresos se constata la caída libre del empleo, tal y como lo conocíamos hasta ahora, desde grandes empresas a pequeñas y medianas. Sin embargo, el mundo empresarial siempre esperará tiempos mejores para recuperar el terreno perdido. Lo realmente preocupante son los ingresos de la economía sumergida o informal, que en muchos países representa un alto porcentaje en los ingresos familiares. Esta disminución de ingresos vuelve a incidir sobre las familias que menos tienen engordando sus necesidades y ampliando las capas de población en situación de pobreza o pobreza extrema. Por último, las dificultades de movilidad del comercio, la necesidad de reducir la trazabilidad de los productos y la disminución del consumo y los ingresos, hacen que la economía global se resienta. Se está dando un fenómeno de desglobalización o al menos de refuerzo y concentración de las economías y producciones nacionales por causas de fuerza mayor. Estos cambios pueden tardar un poco mas en notarse pero acabarán apareciendo poniendo en peligro las exportaciones sobre las que se sustentan gran parte de las economías locales actualmente. Disminuyendo la globalización, bajan también las opciones de la clase trabajadora, desde maquilas a cultivos frutales, desde ganadería a piensos, pasando por la agricultura y manufacturados.

Claro está que no todas las personas salen perjudicadas con la nueva economía. El aumento de las personas ricas ha aumentado desde marzo de 2020 (aquellos que han aprovechado la coyuntura para reinventarse), al mismo tiempo que la franja de personas en pobreza extrema crece de manera espectacular y disminuye, estrechándose, la clase media. Ese será el verdadero tapón para poder recuperar políticas económicas que ayuden a acortar las distancias y favorezcan la gobernanza del bien común. Políticas de desarrollo puestas en marcha durante decenios pueden caer en picado y poner en peligro procesos de democracia económica, política y social que costará mucho recuperar. Aunque aún no nos encontramos en el momento del ‘sálvese quien pueda’, los gobernantes deben saber atajar esta crisis y redoblar los esfuerzos para conseguir más igualdad, más derechos y más libertades. Claro que siempre habrá algunos que aprovechen la situación justo para lo contrario y aplicar recortes de los mismos. H