Sí, por qué no decirlo. Una parte del título de este artículo --la primera-- evoca a un grupo de folk cuyas voces rasgaron las costuras del tardofranquismo, hasta que en el año del Naranjito decidieron poner fin a su periplo arrastrados por el torbellino de la Movida. Nuestro Pequeño Mundo suena a Preu; a vocalistas a caballo entre los cursillos de catequesis, Simone de Beauvoir y la lavanda; a las gafas de pasta de dimensión universal, que tanto servían para quienes aún nos colgaban los mocos, como para seminaristas y para etarras --aunque algunas veces, esta última polivalencia se reunía en un único mandamiento--. Puede que la gran contribución de Nuestro Pequeño Mundo fuese atraer el cebo contestatario, pues mientras el Régimen recelaba de tanta guitarrita y pandero, fue otro grupo --llamemos Jarcha-- el que se llevó la tostada de la Transición.

Estamos en un tiempo con su propia nostalgia con denominación de origen. Y no tengamos remordimientos por esta imprescindible recreación del dolor, porque de las naranjas agrias surgen las mejores mermeladas. Precisamente, esta última semana se ha deslucido la conmemoración de un acontecimiento histórico, quizá el último número redondo que podrían celebrar los supervivientes de la II Guerra Mundial. Cínica y dolorosamente, y al contrario de las dos Grandes Guerras, cuando pasados unos años rememoremos el Gran Confinamiento, estaremos en primera fila con las potencias aliadas, poniendo una corona de flores a ese monumento a los ausentes. Es el encorajinado estigma de ‘Sangre, Sudor y Lágrimas’ que tanto dirigente ahora quiere imitar. Empezando por la denominación de origen, un Boris Johnson que practica una auténtica devoción a sir Winston Churchill. Pero hay muchos detalles que distinguen la imitación del auténtico. Para empezar, aunque fue aquel 9 de mayo de 1950, con el discurso del ministro francés Schuman el que se considera como pieza inaugural de la fundación de la Unión Europea, ya previamente Churchill había apuntado los lazos comunes del carbón y el acero europeos para practicar el «Nunca más». Desde que combatió en la guerra de los Boers, el dirigente a un puro pegado siempre tuvo la ambiciosa clarividencia de que iba a ser Primer Ministro. Y acaso no sea el único.

Las sesiones sabatinas de nuestro Presidente tienen ese aire de soflama radiofónica; de construir la épica de la unión para asumir su hora más grave como político. Y a pesar de ese reguero de medianía, existen aproximaciones churchillianas. Para empezar, desde los balcones hemos vampirizado parte de la flema británica. Y Pedro Sánchez puede encomendarse a la inspiración inglesa hasta en la derrota. ¿Quién conoce a Clement Attlee? Desde luego, pocos por estos pagos. Fue el dirigente laborista que tuvo la osadía de derrotar en el 45 al héroe británico de la Gran Contienda. Para su ego, a Churchill siempre le quedaría el consuelo de que el pueblo puede ser más ingrato que la Historia. No estaría mal que Casado estudiase esta variante inglesa; que las victorias pírricas y las dulces derrotas están mas cerca que los dedos de Adán y Yahvé en la Sixtina; y que, a la postre, las segundas ofrecen mejores réditos. Es tiempo de no enmarañar más el carajal de la desescalada; y de asumir que los vascos son los más listos de la clase. Y cuando haya elecciones, que los conservadores se acuerden de Clement Attlee… Nunca se sabe. No fue Nuestro Pequeño Mundo, sino Jarcha, quien cantó Libertad sin ira.

* Abogado