Nuestra Medina Azahara, Patrimonio Mundial de la Humanidad. Felicitémonos pero no nos engañemos: estamos viviendo de las rentas que nos dejaron las pasadas generaciones. Nosotros ¿qué le estamos legando a las venideras? Viendo cómo se abrazaban felices nuestros gerentes políticos y culturales, no pude evitar la pena de tantos edificios y monumentos maltratados o borrados durante el gobierno de esos mismos dirigentes. ¿De qué se felicitaban? Recordé las excavadoras sobre el palacio tardo romano de Cercadillas. Siglos esperándonos para contarnos su pálpito, y en varios días y noches, destrozado de la manera más miserable. Recordé nuestro viejo Puente Romano. Aquellos adoquines y farolas que recibieron los pasos de Lorca, de Machado, de Alberti, de tantos hombres y mujeres del pueblo. Mi corazón paseó por la Judería y volvió a sufrir el borrado sistemático que padece. ¿Qué le vamos a dejar a las generaciones que nos siguen? Si es que acaso conservan algo de conciencia, y no la han perdido junto con la herencia que les estamos legando. ¿Qué sería ahora de Medina Azahara si nuestros padres hubiesen pasado una vía del tren por las ruinas? ¿Y si hubiesen convertido en pisos la Corredera, o el palacio de Viana, o el Cristo de los Faroles? ¿Qué hubiera sido de nuestra Mezquita Catedral, o Catedral, o Mezquita, ¡o qué sé yo!, porque hasta el nombre lo tenemos que zarandear, si hubiese caído en manos de estos modernos restauradores? ¿Qué valor tendría si hubiesen cambiado las columnas que vieron a al-Hakán II por unas modernas de color azul, por ejemplo? ¿Y si no tuviésemos puerta del Puente? ¿Y nuestros paisajes de la Sierra, convertidos en estercoleros? ¿Dónde quedaría la calle donde jugábamos, la casa donde nos cobijamos, los jardines donde nos enamoramos? ¿Qué personalidad tendría Córdoba? Habría acabado por ser una ciudad anodina, de fuentes de pastiche y calles sin espíritu. No, no tenemos motivos para felicitarnos, sino para callar e intentar remediar esa política que nos arranca las raíces hasta que no nos conozca ni la madre que nos trajo. Y para que no se me acuse de detractor, termino bajo el amparo de los versos de nuestro Pablo García Baena en su poema a Córdoba: «¡Oh flor pisoteada de España!». También a él lo hemos perdido ya.

* Escritor