Noviembre. Excepto el ramito de violetas, este es el mes de los muertos. Claro que, así expresado, suena incluso más negro que decir, por ejemplo, mes de los difuntos. En cualquier caso, es de esta manera como empieza el mes, con el día de Todos los Santos, que nos evoca al más allá, seguido del de Difuntos.

Por el contrario y como la vida nos es fácil para nadie, (evidencia de la que he escrito reiteradamente), quizás sea un buen mes para plantarlo ante la paradoja y reivindicar la alegría, la alegría de vivir. Porque ya que estamos aquí vamos a bailar, señoras. Vamos a bailar, señores.

Me declaro abiertamente forofa e incondicional de ese sentido del humor de cierta gente, inteligente y sagaz, que rompe el hielo, que hace simpatizar casi de inmediato, que contagia bienestar, que nos llena de buenas sensaciones, que nos hincha de emoción y nos ayuda a respirar hondo haciéndonos más felices. Podría seguir enumerando aspectos indudablemente pragmáticos y eficaces del sentido del humor del que hablo, pero lejos de mí convertir estas líneas en uno de esos textos de autoayuda, en los que, además, creo poco.

Y es que ser felices deberíamos interiorizarlo como una obligación. Lo de que a esta vida venimos a sufrir, que es un valle de lágrimas y que luego, en el más allá, encontraremos la recompensa, ya no se lo cree casi nadie.

Yo, desde luego, he tomado partido por la alegría, por la pasión de vivir. No siempre se consigue porque no dejan de entrar en danza elementos dudosos que, de forma subrepticia y maligna, nos atrapan menoscabando nuestra seguridad y estropeando el regalo de la alegría, del buen vivir. Quienes se aplican e interpretan nuestras mentes estudiarán cómo estos elementos perjudiciales provienen del subconsciente... o a saber.

De todas formas, nos inquieta el miedo natural ante la vida, ese miedo que se ve acrecentado por el devenir en estos días tan impredecibles.

Es inquietante porque es un atisbo de la buena o mala fortuna que nos acecha y que sabemos que incluso nos vigila.

Es inquietante por la posible pérdida de personas muy amadas que merma la mejor de las miradas, que quebranta la fortaleza más inexpugnable, el tormento más silencioso.

Es inquietante por el sufrimiento absurdo y disparatado, sobrevenido las más de las veces, que despierta a raíz de esas desventajas irracionales y cruentas con las que hemos de subsistir, de pugnar, de afanarnos diariamente.

Porque no se puede obviar que al margen del sentido del humor, de la alegría, se encuentran también el silencio de puertas que se cierran violentamente, de la oscuridad, de la soledad, de la falta de protección, del abandono. No somos ni inconscientes ni infantiles. Pero aunque llegue la noche, aunque crezcan las inquietudes, aunque nuestra piel se erice, quedan el amor, la belleza, la alegría, la pasión, el buen humor, la curiosidad por vivir, la amistad, Bach, Cervantes, El Bosco, Isadora, Hedy Lamarr, Coppola, Marie Curie, Miguel Angel, Maimónides, Qualam, Montessori...

Quedan todos esos momentos por los que merece la pena bailar.

Y en este mes de noviembre, mes de muertos y vivos, no es posible terminar sin una atenta, empática y activa escucha a todas las mujeres que en el día 25 tienen una fecha de la que difícilmente pueden escapar.

Volvamos al indestructible recuerdo de la alegría y del buen humor porque, queridas, queridos: al final tenemos que morir todos.

* Docente jubilada