Vamos a las cuartas elecciones en cuatro años. Y vamos, además de por el cálculo electoral que hizo en julio el señor Sánchez, por los errores de estrategia que han cometido el señor Iglesias y el señor Rivera.

El error de estrategia de Iglesias empezó cuando, tras su éxito electoral en las generales de 2015, y ante la debilidad del PSOE, creyó que podía desbancarlo en el liderazgo de la izquierda. No tuvo en cuenta entonces, y no tiene en cuenta ahora, que el PSOE es un partido de poder y con poder. Es decir, el PSOE es un partido organizado con una cultura política interna clara, con orientaciones ambiguas en algunos temas, pero con mensajes comunes, especialmente en época de elecciones. Así mismo, es un partido de implantación nacional, tanto en el medio urbano como rural, que cuenta, desde el inicio de la democracia, con poder autonómico y local, lo que le ha dado presupuesto y cuadros, que tienen incentivos personales para mantener su poder. Por eso, el PSOE tiene un suelo electoral resistente a los errores de sus gobiernos e inmunes a sus escándalos, un suelo electoral del 20-22% de los votos, lo que significa que uno de cada cinco votantes, como mínimo, opta por el PSOE en las elecciones generales. Y la prueba es que, aun en el peor momento del PSOE, en 2011, éste consiguió el 28% de los votos, y que ya con Podemos como estrella ascendente, en las elecciones de 2015 y 2016, retuvo el 22% de los votos, precisamente con Pedro Sánchez de candidato. Un resultado que se elevó al 28% en la cita de abril de este año y al 29,2% en las municipales. Frente a eso, Unidas Podemos es un movimiento desorganizado, con muchas voces, demasiadas ocurrencias, escasa implantación territorial, sin experiencia de poder, sin cuadros, cuyas únicas ventajas iniciales fueron el hartazgo social por la crisis (el 15-M), un potente discurso populista y el mejor manejo de las redes y medios. Ventajas que no han compensado sus carencias, pues sus resultados electorales se han quedado siempre entre 10 y 14 puntos del PSOE, lo que refleja la imposibilidad de la estrategia de Pablo Iglesias. Ante esto, la mejor opción de influir en la política nacional no pasaba, en el verano, por una negociación desde una postura de máximos, sino de mínimos, de tal manera que se anclara al electorado de extrema izquierda y aparecer como partido necesario. Por eso, hace dos meses me pareció irracional su táctica. Una táctica que, en mi opinión, le hará perder votos, porcentaje y escaños. Y, quién sabe, si el liderazgo.

El mismo error de Pablo Iglesias es el que ha cometido Albert Rivera con el PP. Es cierto que la distancia de votos (200.000) entre Ciudadanos y PP en las elecciones de abril fue muy escasa, pero en las municipales de mayo, el PP le sacó más de 13 puntos (más de 3 millones de votos de diferencia), lo que habla de la debilidad orgánica y territorial de Ciudadanos y de la fortaleza de un partido, también de poder y con poder, como es el Partido Popular. Más aún, el abandono de sus bases en Cataluña y el movimiento hacia Madrid, así como la pérdida de su enfoque de partido bisagra, un partido que puede pactar con unos y con otros, que le ha alejado a buenos cuadros, le provocará una sangría de votos en las próximas elecciones, que se acentuará porque el veto a Sánchez fue tan tajante que le obliga a competir por el electorado del PP, cuando éste tiene ventaja.

Iglesias y Rivera son dos líderes potentes que, al menos en mi opinión, han cometido el profundo error de considerar que la política en España va de liderazgos, cuando lo es, también, y más, de partidos. Y, por supuesto, de historia. Quizás porque vamos siendo un país de viejos con una democracia de más de 40 años.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía