Nuestra relación con la nostalgia alcanza donde llegan nuestra memoria y entendimiento. Las personas tenemos una tendencia natural a quedar atrapados en nuestros recuerdos más íntimos confundiendo la realidad con el pasado y desarrollando una mediocre capacidad de entender la evolución por razones tan peregrinas como la nostalgia. Ciertamente, es un botón fácil de apretar y funciona con independencia de criterios objetivos y por estímulos pueriles. Son las recurrentes frases de, eso es así porque siempre fue así; posiblemente solo así en lo que cada uno puede recordar.

Si realizas obras de mejoras en una plaza pública y retiras una fuente que lleva allí cincuenta años, habrá un sector que grita despavorido en un ataque de asma nostálgica. Si cambias el nombre de una calle apelando a la memoria histórica enarbolarán la bandera del, siempre la llamábamos así. Pero igual antes había otra fuente, u otro nombre y no alcanzan a recordarlo. Podemos situar el listón por generaciones de una pérdida progresiva de memoria.

Esa espoleta es recurrente y propia de fatuos conservadores. La capacidad integradora de la década de los ochenta permitió retirar en la mayoría de nuestros pueblos, como Palma del Rio, los nombres del callejero franquista de un militarismo asfixiante. Calles y plazas del general Franco, general Mola, general Cascajo, Queipo de Llano... fueron sustituidos por sus nombres de varios siglos; Feria, Ancha, Portada, Cigüela, San Francisco y muchos más. El monumento y plaza de los Caídos levantado adosado a nuestra pronta milenaria muralla se desmontó serenamente hasta recuperar su nombre de más de 500 años, plaza del Arquito Quemado.

Pero la especie de nostálgicos se ha vuelto más espesa y cuando suena la canción, Las muñecas de famosa... Ya creen que es navidad, compran mantecados y ponen en la mesa con tapete una botellita de anís. Por Dios, que es verano de 2018 del siglo XXI.

* Historiador y periodista