Andan ahora a la gresca con Toni Cantó los bueyes capones de la corrección política. Y como suelen hacer los bueyes capones de la corrección política, andan a la gresca con Toni Cantó por decir la verdad. «Acabamos de saber que la señora Irene Montero ha dado positivo en coronavirus. Ilustre manifestante. Hermana yo sí te contagio», fue la frase del actor-político como portavoz de Ciudadanos en el parlamento valenciano. La lanzó durante el pleno en el que el presidente de la Generalidad Valenciana, Ximo Puig, explicaba las medidas de su gabinete contra el coronavirus. Hubo gente que lo aplaudió -algunos, imagino, con una concepción hooligan del aplauso-, y gente que le silbó, soliviantada al escuchar eso que se piensa y no se dice. Toni Cantó canta las verdades del barquero y todo el puerto lírico de ese ruido y la furia del periodismo militante se le tira encima. Porque, vamos a ver: ¿quién no se planteó, el pasado domingo, que mantener la manifestación del día de las mujeres feministas era una temeridad? Para ser exactos, la misma temeridad que no impedir el encuentro de Vox en Vistalegre. Pero claro: ni siquiera este Gobierno, que de casi todo hace causa de miliciana polarización, puede prohibir un mitin de Vox con 9.000 asistentes, por el peligro del coronavirus, y mantener al mismo tiempo la manifestación del domingo con 120.000.

Pero Toni Cantó se ha desmarcado de su propio hallazgo -«Hermana, yo sí te contagio»- para pedir perdón, porque en España ese tipo de sinceridad se paga. «Cuando hablo de la señora Irene Montero lo hago para defenderla. No fue consciente de que había un problema de sanidad grave que debería haber impedido que se les permitiera manifestarse de forma activa en las calles el domingo». O sea, que la defiende llamándola inconsciente. Empecemos por eso de la forma: «Hermana, yo si te contagio». Claro que hay retranca, por supuesto que hay crítica. Usa otro elemento y lo deforma. Pero ni se mofa del virus, ni del contagio de Montero, ni de la cuarentena del marido vicepresidente. Eso sí: a través del uso de un recurso -la ironía- pone el énfasis en que el Gobierno prefirió colgarse la medalla feminista a la prudencia ante la salud pública. Eso es. Y que haya que explicarlo, porque no se entienda o no se quiera entender, y ahora venga Cantó diciendo que lo que buscaba era proteger a la ministra -y que lo haga llamándola inconsciente-, tiene que ver con el virus de cretinismo intelectual que nos invade, con la deformación de valores en los que antes todos estábamos de acuerdo, y que ahora abisman sus distancias.

Pero ¿era inconsciente Irene Montero del riesgo que corría y hacía correr a los demás? ¿Y Pedro Sánchez? De inconscientes, nada: tres días antes del 8M, Madrid ya cumplía las condiciones del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades para impedir la manifestación y el mitin de Vox. O sea: según su informe de riesgo del 3 de marzo, un aumento de casos de Covid-19 por «una transmisión local limitada del virus». En ese contexto, la agencia de salud europea recomienda -y recomendaba tres días antes de la manifestación- «medidas de distanciamiento social», con una medida estrella: «Evitar actos multitudinarios innecesarios». Por tanto, según el ECDC, son las autoridades, no los particulares, las que tienen la obligación de «valorar si es conveniente cancelar estos actos en casos excepcionales». O sea: había que gobernar.

El Ministerio de Sanidad no solo descartó hacerlo, sino que Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, afirmó que si su hijo le preguntara si podía ir a la manifestación, le respondería que sí. Había que ver su cara, había que detenerse en su expresión al soltar semejante barbaridad; pero lo importante es que lo dijo. Fernando Simón es el encargado de notificar a la prensa diariamente la situación de la enfermedad: es decir, de comerse el marrón, para que el votante no relacione a Sánchez con el coronavirus, y al menos se atreve a dar la cara. Pero atención a lo que dijo: si su hijo le preguntaba, él lo animaría a ir a la manifestación, a exponerse al contagio del coronavirus. Ese convencimiento mesiánico, como Abraham llevando a su hijo Isaac a la pira del sacrificio, debe de ser la manera del sanchismo de entender la lealtad, pero se parece más al fanatismo. Y a la amoralidad. Porque Sánchez y sus ministras, aunque suene inconcebible, conocían el riesgo y establecieron su orden de prioridades: nosotras, a lo nuestro.

* Escritor