Mucho se habla en estos días de Política y mucho se sigue hablando de Educación. En la política hablan primero las ciudadanas y los ciudadanos en las urnas y, después, hablan los pactos entre fuerzas políticas. A unos les agradan más y a otros menos. En Educación hablan los hechos, como hace poco ha recordado el recientemente galardonado con el Global Teacher Prize (Los Nobel de la Educación) el franciscano y profesor keniano Peter Tabichi, cuya máxima es «tienes que hacer más y hablar menos». Sencillo pero contundente, ¿verdad? En este Occidente mediterráneo no acabamos de comprender este dicho. Ahora nos ha dado por hablar y escribir sobre Educación sin una garantía cierta de que hablar y escribir sean la génesis de una auténtica transformación; menos aún si la transformación, que no digo que no sea necesaria, quiere nacer desde determinadas empresas u organismos que persiguen fines bien distintos a los meramente educativos. Lo cierto es que todo el mundo habla hoy sobre este asunto. Hablan y escriben los que saben mucho, los que saben lo justo y casi lo peor de todo es que hablan incluso los que no saben. Y digo que es casi lo peor porque lo peor es que, encima, estos últimos suelen gozar de mayor éxito apoyados por las redes sociales, endiosados por algunos grupos editoriales y apadrinados por algunas empresas que poco o nada tienen que ver con el mundo educativo. Y no te cuento ya si, además de esto, ni siquiera estos «charlatanes de feria» pisaron alguna vez un aula, parafraseando a Dámaso Alonso, desde la otra ladera.

Hoy, aunque utilice la palabra, porque no tengo otra arma que usar en este medio que no sea esta, os quiero narrar un hecho educativo. Sí, un hecho, para que vayamos tomando conciencia de algunos asuntos sin los que es imposible emprender en la actualidad cambio educativo alguno. Es un hecho, si queréis, anecdótico, muy particular, que no ha tenido repercusión alguna en nuestra ciudad salvo para aquellos que lo hemos vivido, pero que encierra alguna que otra enseñanza para el futuro más o menos inmediato en lo que a Educación se refiere. Por primera vez se han graduado, junto a nuestros alumnos de segundo de bachillerato, cuatro alumnos más de dos países diferentes, muy diferentes, al nuestro. Tres alumnos de un colegio de Polonia y una alumna de un colegio de la India. No han estudiado en nuestro colegio, sino que han venido expresamente a graduarse junto a nuestros alumnos. Cierto es que son dos colegios con los que tenemos lazos estrechos. Por una parte, del colegio público Begumpet de la ciudad India de Hyderabad, una ciudad con diez millones de habitantes en la que el promedio de alumnos por colegio roza los cinco mil (y nos quejamos en los nuestros de la ratio). Por otra, del Bernadska Liceum de la ciudad de Varsovia, el primer colegio democrático de Polonia en el que los alumnos tienen una parte muy importante en la toma de decisiones y que, curiosamente y para que veamos la relatividad que tiene todo en esta vida, siendo un colegio privado, está ligado a la izquierda política y no como aquí que solemos emparentar erróneamente a los colegios privados o concertados con la derecha. Más allá de estas disquisiciones, y volviendo a lo de los asuntos sin los que no existirá cambio educativo alguno, quisiera, para terminar, apuntar hacia un par de ideas que me parecen interesantes. Por un lado, la ruptura de fronteras en lo que a Educación de refiere. Ponemos barreras, fronteras a todo. La Educación las quiebra porque sólo pretende hacer crecer en humanidad a los seres humanos. Y por otro lado, y frente a la posverdad que algunos pretenden vendernos sin saber ni siquiera de lo que hablan, la verdad del esfuerzo, de la motivación, de la ilusión de nuestros jóvenes, sus sonrisas que, sin duda, no saben de nacionalidades.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea