En el misterio de la noche, cuando las calles están casi oscuras y vacías porque la vida se representa en el interior de las casas --llenas de televisiones, teléfonos móviles, ordenadores y tablets--, todavía es posible encontrar milagros. Ocurrió la otra noche en el Campo de la Verdad, ese barrio cuyas calles bautizó Fray Albino y al que llegó José Javier Rodríguez Alcaide en bicicleta y le dejaron jugar al fútbol porque se la prestó, para que diera un paseo, al hijo de un maestro.

El Foro Cultural Puente de Encuentro, junto con la Real Academia de Córdoba, había convocado a los interesados a la presentación de un libro -Del arrabal de Saqunda al Campo de la Verdad-- al cumplirse sus veinte años. Un acto cultural. Pero es que no fue solo eso sino también la escenificación de la historia del barrio desde las más altas instancias académicas reflejadas en el libro a la praxis vecinal, salpicada de vivencias, emociones y relatos espontáneos. E imaginaciones. En el colegio Fray Albino, en la calle Doña Aldonza, pegado al estadio San Eulogio, por la calle Tenerife, se escenificó la otra noche la vida de un barrio que cobró fama en la revuelta del arrabal de Saqunda, cuando Al-Hakam I intentó arrasarlo hace 1.200 años. Algunos vecinos del arrabal, ahora Campo de la Verdad, huyeron a tierras vecinas, a Toledo, al Rif, Fez, Alejandría y Creta, donde crearon un emirato andalusí. De ahí su fama. Aunque los vecinos que acudieron la otra noche al acto cultural no presumieron de aventureros de la historia sino de vecinos de un barrio de Córdoba en el que habían tenido la suerte de vivir. Y de haber conocido desde siempre el bar Miguelito, el espacio de la zona más señalado por la globalidad. Y el cine -que ya no existe--. Y el estadio San Eulogio, que es como un fantasma a punto de desvanecerse entre tantos anuncios de apuestas futboleras. Desde la Plaza de Santa Teresa, donde está la iglesia de San José y Espíritu Santo, subiendo por la calle Tenerife, se llega al recinto deportivo, donde jugué al fútbol casi todos los sábados de mi pubertad y adolescencia. Luego, de vuelta para el Seminario, antes de subir al Puente Romano, miraba los carteles de las películas del barrio y mi imaginación cogía velocidad. Un mundo que se completaba con Miraflores, un espacio de vaquerías donde Córdoba se olvidaba de su belleza y solo algunos entendidos se sentaban en una zona preparada para sacar las mejores fotografías. La tarde-noche del pasado martes sentí cómo si aquellos habitantes del arrabal de Saqunda hubieran vuelto de sus mundos al colegio de Fray Albino para presenciar, en directo, el acto donde dieron a conocer el libro que hablaba de ellos. Un auténtico acto histórico-cultural. Un milagro.