Esta noche es Nochebuena, una de las cuatro noches que han marcado la historia de la humanidad, la noche en que una joven mujer, llamada María, dio a luz en un portal de Belén, a Jesús, el Hijo de Dios. Como sacerdote y como periodista, me gustaría anunciar así, hoy, la Navidad: «Hace ya más de veinte siglos, y en una Nochebuena, ocurrió el milagro: la luz rompió la noche oscura. La noche empezó a parir luces, señales y dones, dentro de una cueva de Belén, en medio de la intemperie. Ocurrió el milagro de tocar a Dios con los dedos y de percibirle como uno de los nuestros. El pesebre, con el Nacimiento de Jesús, se llenó de luz cálida y tierna. Y todo aquello que era pobre y despreciado se volvió precioso. Y un comedero para animales se convirtió en trono del Altísimo. Los hombres no lo acogieron, y unos animales compartieron con él su refugio». Recordaré siempre el anuncio que Gloria Fuertes hacía de la Navidad: «Cuando todas las esperanzas estaban enterradas, todas las fuentes secas, todas las preguntas calladas, todos los fuegos apagados, entonces, en medio de la noche, la débil fuerza de una semilla, rompió la costra de la Tierra». Y recordaremos esta noche, aquellos personajes de la primera Navidad del mundo, evocados preciosamente en nuestros «belenes», entremezclados en las lecturas bíblicas de estos días en la liturgia eclesial. César Augusto: aquel emperador que promulga un decreto de empadronamiento, pero que luego no se entera de nada. ¡Qué pena la ignorancia de los grandes, ante la sabiduría de la gente más sencilla! El posadero de Belén: cierra su posada a la Sagrada Familia, quizás por verles tan pobres. No hay sitio para ellos en su mesón. ¡Pobrecillo! Se perdió el premio gordo de la lotería de la creación! La escena es recogida en un precioso villancico: «En cuanto a Belén llegaron / posada al punto pidieron / nadie les quiso hospedar / porque tan pobres los vieron». Los «ángeles buenos» que anuncian a la rosa de los vientos la preciosa letra del más famoso de los villancicos: «Noche de paz, noche de Dios. / Claro el sol brilla ya. / Y los ángeles cantando están...». Seamos nosotros «ángeles buenos» que anunciamos el verdadero portal de Belén, donde está el Niño Jesús, y no los «falsos pesebres de este mundo» donde no encontraremos la felicidad. Los pastores de Belén: gente sencilla que cuidaba su rebaño en las altas vigilias de las madrugadas palestinas. Ellos van presurosos a Belén, con sus regalos para el Niño Dios. Herodes y los niños inocentes: ¡Desgraciado Herodes y bienaventurados todos los niños inocentes de la tierra! ¡Cuidemos y defendamos siempre a los más inocentes, a los más frágiles! Los Magos de Oriente, los buscadores de Dios, los que adivinan el lenguaje de la estrellas y se ponen en camino hasta encontrar al Rey de reyes y Señor de los señores, adorándolo en un humilde portal. Seamos también buscadores de Dios, siguiendo la estrella de Belén. Finalmente, José y María, atrapados por el misterio de Dios, fieles a su voluntad. ¡Ojalá esta noche sea una «Nochebuena para el mundo», noche de paz y de amor, noche de Dios!

* Sacerdote y periodista