Hay dos tipos de personas en el mundo. Los que mangan todo lo que pueden y los que etiquetan sus cosas pensando que así no serán mangadas. No hay nada más excitante que comerse un yogur de la nevera de la oficina donde pone: «Propiedad de Antonio. No comer». Eso pasa en todos los trabajos. Incluso el tipo con más pasta y con el cargo más alto, no puede evitar la tentación de mangar bolis, grapas o post-its. Es totalmente inocente, absurdo e innecesario, pero todos lo hacemos. No hay maldad. Como cuando vas a un hotel y te llevas de recuerdo esos asquerosos jabones que no te dan ni para media ducha o esas zapatillas horribles que jamás te pondrás.

¿Quién no ha mangado alguna vez en un súper, por ejemplo? Todos recordamos nuestra primera vez. ¿Se acuerdan del Sepu? ¿Esos almacenes donde todo el mundo que pasaba se llevaba algo? Yo mangué una vez un mechero y ni siquiera fumaba. La verdad es que no tendría más de 15 años. Luego una crece, madura y pasa de que la pillen. Es como demasiado humillante. Supongo que forma parte de la madurez dejar de hacer esas cosas.

Pero aunque crezcas, algo te queda y la sociedad lo sabe y te lo permite. El noble arte de mangar es tolerado en hoteles, oficinas y en algún bar de turisteo. ¿Quien no se ha llevado una jarra de cerveza de un pub de Londres o un vaso de chupito de Nueva York? Chiquilladas de adolescentes.

¿Pero qué pasa cuando sigues mangando a los cuarenta? ¿Qué pasa si te pillan hurtando cremas en el Eroski y luego dices que fueron a parar a tu bolso por error? Si fueras un persona normal igual no pasaría nada, pero si eres la presidenta de la Comunidad de Madrid, la cosa se pone complicada. A mí Cristina Cifuentes me da mucha lástima, quiero pensar que no está bien. Que nadie en su sano juicio haría esta tontería a su edad y más con su posición. Y no me parece justo que la machaquen tanto por ello. Qué país de locos este nuestro, donde hacen dimitir a una dirigente política por robar un par de cremas y no por robar un máster.

*Periodista