Todo el mundo destaca la belleza interior como bien supremo pero nadie quiere salir mal en la foto. Con motivo de la asistencia a uno de los quinientos festivales de cine que se convocan en nuestro país --no diré dónde-, fui testigo de cómo el director de cine mexicano Arturo Ripstein plantó a los periodistas en la rueda de prensa de presentación de su película, al comprobar que ninguno de los que le estaban haciendo unas preguntas insulsas había visto su peli. Como el compareciente no acababa de entender aquello, de pronto, preguntó quién había visto la película; y viendo que no había nadie entre los preguntadores que la hubiera visto, dijo que no seguía con aquella pamplina, que le avisaran cuando hubieran hecho sus deberes como periodistas y entonces continuaría la rueda de prensa. Una actitud que me pareció ejemplar, por parte de Ripstein, y decepcionante por parte de la prensa. Pero todo ha cambiado a peor, pues en el muy prestigioso y muy francés y muy culto festival de Cannes, que ahora concluye, las cosas no son así. Este año han prohibido en dicho festival que los periodistas, y son muchos los especializados que allí acuden, vean las películas antes de la proyección oficial porque, dicen, que si les hacen alguna crítica a la película o molestan a los actores con alguna pregunta impertinente --puede que inteligente-- por la noche no lucirían sonrientes en la gala del estreno y la alfombra roja perdería glamour. Parece mentira, pero así ha sido, que en el Cannes de Jean Moreau, Brigitte Bardot, Belmondo, Godard, Truffaut, Buñuel o Win Wenders, por citar solo algunos nombres, se haya puesto el sol de la libertad de expresión, y la prensa cultureta haya tragado. En la sociedad del espectáculo el show debe continuar, y para ello es obligado no molestar el divismo de los actores que no quieren saber ni enterarse de que los días grises también forman parte del decorado. Hace cincuenta años, en vísperas de mayo del 68, Guy Debord plasmó esa realidad de relumbrón en La sociedad del espectáculo, y hace unos años Vargas Llosa incidió con tino en El mundo del espectáculo, esa obsesión por la figuración frente al conocimiento, el estar frente al ser, la vanidad frente a la humildad. Y así nos va. No solo con este imposible filtro del festival de Cannes para con la industria del cine y el paternalismo con sus protagonistas, también lo encontramos en los políticos que se anuncian ante los periodistas sin admitir preguntas, o comparecen tras un plasma o dan un tuit por toda explicación. Aquí todo el mundo se queja de su fotogenía, pero nadie de su belleza; todos nos quejamos del autocorrector del wasap, pero nadie de su ortografía. Solo nos falta colocarnos en la solapa el don’t disturb de los hoteles.

* Periodista