De nuevo, un hombre ha asesinado a su mujer y después se ha suicidado. Ya conocemos el titular. Su lectura puede provocar un pensamiento inmediato: lástima del orden de los factores. El suicidio previo hubiera salvado a la mujer. Muerto el perro, muerta la rabia. ¿Y ya está? No. No hay perro. Hay un hombre a quien quizá alguien llorará. Él ha sido el verdugo. Él ha oscurecido la vida de una mujer hasta conducirla al infierno.

Pero mientras convertía su cuerpo en un arma y el cuerpo de ella en el campo de batalla, también se transformaba en un lisiado emocional. Prisionero de su propia rabia. En la inmensa mayoría de los maltratadores no hay una patología previa que marque su comportamiento. Tampoco un perfil psicológico determinado. El machismo, su concepción desigual del valor de los cuerpos, es el pilar del comportamiento asesino.

Reducir la violencia de género a un tema particular no solo desprotege a las mujeres, también a los hombres. Cuando un hombre se cree con el poder de controlar a una mujer, también él encadena su felicidad a esa relación letal. Educar en la igualdad también es educar en libertad.

* Escritora