Habéis soñado alguna vez, despiertos, con una escena de cocina en la que «esa» persona está de espaldas, inclinada hacia delante, el vientre apoyado en la encimera, curiosa frente a la pequeña ventana al Este, y es por la mañana, y el vapor de la cafetera y el humo de su cigarrillo remolineando a su alrededor, y tú que apareces detrás y la rodeas por la cintura y le besas el cuello? Qué bonito, joder, y qué barato, ¿no? Puede tratarse de una cocina vieja, pequeña, alquilada, okupada. Es más, en este tipo de sueño no entran esas instalaciones culinarias de palacio como las que exhiben las momias estrella en los revistones de sala de espera de dentista, llámense Hola o Semana. Este es un sueño grande, una «gran aspiración» en la vida para cocina humilde y personal inteligente, vivido y desengañado y heroico. No veas. Con un sueño de tal calibre se parte siempre desde una posición ventajosa, por encima de cualquier circunstancia. Es que no hay pérdida de tiempo, interferencias, intrusos, agobios. No queda basura mental, ni moscardones comiendo la oreja con pronósticos o runrunes pasados. Hablamos de una cocina sin radio, ni tele, ni internet. Quizir: fuera noticias del día, politicadas, amenazas climáticas o territoriales, asesinatos, guerras, resultados de loterías, paridas comerciales y demás encantos. Una cocina silenciosa, relajada, pacífica, y limpia, todo hay que decirlo. Cocina de sueño con escena romántica y mentes en blanco, listas para pasárselo bien. Y aquel dichoso propietario de una realidad como esa, que todavía no se ha en-te-ra-do y permanece dormido despierto, soñando con espejismos infantiles, venganzas, humillaciones, gilipolleces, aquel, sí, con todo su «yo» y su tal, merece un castigo fino de los Dioses, un mal día, que lo va a tener, por ingrato y capullo.

* Escritor