Enero es mes de buenos propósitos, tiempo de adquirir hábitos saludables y de sacudirse los que nos hacen daño. Y estos, por desgracia, pueden ser muchos, como muchas son las formas de atajarlos, desde pequeños retoques personales a nuestra vida, esos que se solucionan en el gimnasio o a base de lechuga para lucir más esbeltos, a sacudidas colectivas para tomar conciencia y atajar algunos de los grandes males que azotan nuestra sociedad. Uno de ellos es la ludopatía, que ya se considera la adicción del siglo XXI, sobre la que crecen voces de alarma dado su imparable aumento. Este se debe en parte, según los expertos, a trastornos psicológicos como la depresión y la ansiedad. O simplemente al deseo de emociones fuertes, que si en principio te sacan del aburrimiento acaban hundiéndote en un infierno de ruina económica y soledad.

Desde 2005 la adicción al juego está considerada una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es un desorden mental que entra suave, un jugueteo en pequeñas apuestas que luego pide más y más, aunque solo sea para recuperar lo perdido, y del que no salen inmunes ni ricos ni pobres, mayores o jóvenes. Pero en los últimos años se ha comprobado que son estos, mucho más vulnerables ante la imparable carga publicitaria con rostros famosos que inunda canales de televisión y marquesinas del autobús, quienes más se enganchan al juego. Sobre todo online, medio en que las consultas para apostar -apuestas deportivas sobre todo- se han multiplicado por seis en una década.

Pero los tentáculos de la ludopatía atrapan por todos lados, y el clásico, el de los casinos y las casas de juego, sigue siendo un peligrosísimo caldo de cultivo en constante desarrollo. Tanto que, ante la lentitud de la maquinaria administrativa a la hora de atar más corto el juego y sancionar el incumplimiento de las normas, son los propios ciudadanos los que se han puesto en marcha para frenar este mal social.

En Córdoba, el Distrito Sur emprendió en los últimos meses del pasado año una enérgica cruzada vecinal frente a la proliferación de salas de juego, cuyo número, ya de por sí el más elevado de la ciudad, podría aumentar si nadie lo impide en un barrio distinguido con la amarga calificación de ser el quinto más pobre de España. Un barrio que ya se vio vapuleado por la droga en los años ochenta del siglo pasado y que ahora vuelve a verse venir el desastre. A la protesta se sumó la Federación de Vecinos pidiendo cambios normativos a nivel local, autonómico y estatal. Y el propio Ayuntamiento, consciente del problema, aprobó una moción unánime por la que se compromete a controlar de cerca las salas y sancionar a las que permitan entrar a menores o se salten cualquier línea roja. Ojalá se pase del dicho al hecho y la medida no quede en el saco de las buenas intenciones, ese adonde irán a parar los propósitos de enero.