Mucho se habla estos días de la relación entre política y ciencia. Por ello no está de más recordar que hemos tenido científicos que han desempeñado cargos políticos muy relevantes. Sin duda el caso más conocido es el de Juan Negrín, pero con él coincidió José Giral (doctor en Ciencias Químicas y en Farmacia), ministro en varias ocasiones, tanto durante la República como a lo largo de la guerra civil, y presidente del Gobierno en los inicios de la misma, entre julio y septiembre de 1936. Sobre este científico, vinculado a la política por su estrecha amistad con Manuel Azaña, ha publicado una excelente biografía Julián Chaves Palacios: José Giral Pereira. Su vida y su tiempo en la España del siglo XX (2019). De ahí recojo el testimonio de Giral acerca del sitio del Alcázar de Toledo tras realizar una visita a dicha ciudad, lo cual no dudaba en calificar de «temeridad»: «Se intentaron varias cosas. Minar el Alcázar, lanzar bombas lacrimógenas, etc. Nada fue eficaz ni aún posible. Los aviadores nuestros se propusieron lanzar unas bombas explosivas. Me negué rotundamente porque el Alcázar estaba próximo a la Catedral y un error pequeño de puntería hubiera destruido una de las joyas artísticas y católicas de nuestra España. Con posterioridad, en una hoja impresa por los ‘Caballeros de Colón’ de Norteamérica informaron que yo había dado órdenes de bombardear la catedral. Pensé querellarme por calumnias y me arrepiento de no haberlo hecho».

En la coyuntura actual hay críticas argumentadas a la actuación del Gobierno, si bien la mayoría de cuantos recurren en sus planteamientos al uso de la razón señalan que cualquier otro gobierno tendría idénticos problemas. Pero cuando sondeamos en algunos medios digitales, incluso en los editoriales de algún diario pretendidamente serio, o en las declaraciones de algunos representantes de la derecha, encontramos disparates, muchos basados en una mentira similar a la planteada contra Giral. Si hubiera que buscar una palabra que definiera esa actitud contra el actual gobierno de coalición, diría que se trata de odio a que haya un gobierno de izquierdas. En su Teoría de los sentimientos (2000), Castilla del Pino nos explicó que existe un «trabajo del odio», término que utilizaba para describir los procesos de la relación del sujeto que odia con lo odiado. Nos describe por qué, para qué y cómo odiamos, al tiempo que define el odio como un sentimiento patológico, de modo que cuando no se consigue acabar con el objeto odiado, se procura atacarlo de cualquier modo para menoscabarlo: «Eso es justamente odiar conservando el sentido de la realidad. La difamación, la calumnia, la crítica malévola son formas de destrucción relativa del objeto odiado que se pueden llevar a cabo sin demasiado riesgo ni desprestigio». Quizás alguien podría aplicarse su conclusión: «Nadie feliz, satisfecho de sí, puede odiar, como nadie que se sienta seguro puede sentir miedo».

No necesitamos hoy en España individuos que expresen su odio de la manera en que lo hacen, de sus labios no salen propuestas que representen una alternativa, porque desde luego no lo es pedir que las banderas ondeen a media asta, junto a las otras medidas que propuso Casado en el Congreso: un funeral de estado y un monumento para las víctimas. En ningún otro país europeo la oposición se comporta como en España, ¿será verdad aquel invento de Fraga de que somos diferentes? Nunca como ahora ha sido tan necesario desenmascarar a los farsantes, a los mentirosos y a los falsos patriotas, pues estamos aquí, no en aquel país imaginario que nos cantó Aute: «Yo sé que allí,/ allí donde tú dices/ no existen hombres que mandan/ porque no existen fantasmas/ y amar es la flor/ más perfecta que crece en tu jardín/ en Albanta./ Que aquí, tú ya lo ves,/ es Albanta al revés».

* Historiador