El escritor Andrés Trapiello, memorialista excepcional con veintidós tomos a cuestas del Salón de los pasos perdidos, cuenta que cuando en un grupo la discusión entre Monarquía o República se encanalla y encalla sobremanera, planta sobre la mesa la siguiente cuestión: ¿Díganme aquí y ahora que aspiración del ideario republicano no ha sido superada con creces en la Monarquía parlamentaria que gozamos? Y así termina con el debate. No sé qué pensarán vds. pero entre la monarquía sueca y la república de Corea del Norte, tampoco cabe discusión para cualquier ciudadano mínimamente leído. A pesar de la idealización de la II República, la verdad es que, como dice Alfonso Guerra, hoy en España vivimos una república coronada por más que los independentistas catalanes hayan desatado una obsesiva y cansina persecución del Borbón allá donde puedan señalarse ellos y haya foco de atención, ya sea en la tumba de Machado, la de Azaña o el memorial de Argelés-sur-mer, lugar sagrado, pues donde hubo dolor bendita es la tierra. Y pudiera ser que acabáramos bendiciendo la monarquía si persiste este acoso y derribo del sistema mientras el rey calla y así achica tanta humillación como viene aguantando en Cataluña. Ahora por los desplantes de un chisgarabís como Torra, sustituto del prostituto huido, la mala educación de la alcaldesa Colau, que no cumple su papel como regidora, o los desaires del Ayuntamiento de Gerona. Tanta mala educación y solo de pensar que cualquiera de los cuatro líderes en liza --Sánchez, Casado, Rivera o Iglesias-- pudiera ser el presidente de esa supuesta República de nostálgicos e independentistas me están volviendo monárquico, lo mismo que Trapiello se confiesa como tal en la última entrega de sus memorias, Diligencias. El escritor, que solo refiere hechos vividos, cuenta cómo estando en una recepción con Don Juan Carlos junto a otros invitados vio como el rey se apartó del corrillo palatino para recoger una colilla con sus manos y la depositaba en un cenicero. Después de contar este sucedido, sumado a la actitud del rey ante el golpe de estado del 23-F, Trapiello se declara monárquico, porque son las formas las que nos definen, moldean y permiten la convivencia. Alfonso Guerra no se cansa de insistir en ello en su último libro, La España en la que creo, haciendo pedagogía de una Transición meticulosamente conformada, mayoritariamente respaldada y muy mal explicada a los españoles. Por eso el tema no es ni para hoy ni para mañana el debate monarquía-república, mientras la Constitución no sea respetada, mientras los insultos impidan el diálogo, mientras un tozudo presidente autonómico y una lastimera alcaldesa no cumplan con sus deberes como representantes de los ciudadanos y utilicen las instituciones para el descarrío de todos.

* Periodista