Salió Pedroche en bañador a recibir el año y estalló el debate. Miles de tuits juzgando su libertad de vestir o desvestirse. Cientos de titulares con su nombre. Curiosamente, Antena 3 apenas aparecía en la mayoría de las críticas. Que Pedroche salga a la calle con hábito o con tanga solo le incumbe a ella. Que una cadena de televisión apueste por un Chicote mofletudo con esmoquin y una Pedroche divina y en corsé nos arroja a un mundo de caspa que nos cubre a todos. ¡Niñas y niños, bienvenidos a los roles del pasado! Que el debate se haya personalizado en la presentadora y no en el nulo compromiso de la emisora por la igualdad es el reflejo de una sociedad que no asume sus lacras. Se premia a la mujer como objeto del deseo, pero se le carga solo a ella la responsabilidad de los conflictos que provoca su cosificación.

Personalizar en exceso es arriesgado. Aún más si hablamos de violencia. Un ejemplo lo tenemos en el reciente asesinato de Victòria Bertran a manos de Alfons Quintà. De la profusión de los datos biográficos, especialmente de él, se pasó al terreno de las suposiciones. Personas que no eran de su entorno más íntimo se atrevieron a conjeturar sobre su relación y los motivos de ella para continuar a su lado. No es necesario, es doloroso para la familia y a la víctima ya le robaron las palabras. Ella murió, pero el problema trasciende a su cuerpo. Es un sangrante drama social que clama medidas concretas y permanentes.

* Escritora