Nuestro mundo agoniza. Ya sé que ahora andamos en la melancolía del final de las vacaciones. También sé que resulto pesado escribiendo una y otra vez de lo mismo. Pero es que estamos viviendo algo que no podemos soslayar ni aplazar, por más excusas que nos vengan; algo global que nos abarca como seres humanos habitantes de este planeta. Cada vez con más claridad, al mirar una nube, cuando bebo un vaso de agua, escucho el lamento de nuestra Madre Tierra: nunca se ha sentido tan sola ni tan triste; nos ha dado la vida y nosotros le respondemos con la muerte. Es una violencia que nos ha extraviado en la peor de las estupideces: perder la conciencia de nuestra fragilidad, de que la fuerza nos viene de la unión con nuestra Madre y con los demás. Sin esta unión, basada en el amor y en el respeto, no somos nada. Mi maestra Lola me manda un mensaje: donde el amor no fluye, la vida muere. Lo que le está ocurriendo a nuestra Madre Tierra es el reflejo de lo que nos ocurre a nosotros los humanos, cada vez más asfixiados por un sistema que corrompe el alma y nos desconecta de la vida. Y lo terrible es que lo sabemos. Arde el Amazonas, los mares se ahogan en plásticos y basuras, se extienden la crueldad y la mentira. No queremos saber que cada cual es su entorno. ¿Cómo detener lo que ocurre? Recuperando el sentido de la honradez, de la verdad, de la humildad y del compromiso con lo que hablamos. Tenemos que regresar a la paz y la armonía con nosotros mismos, con nuestro verdadero ser, que es bueno y vino de la luz. Si queremos limpiar tanta basura que termina en los océanos, necesitamos dejar de introducir en nuestras almas y nuestros cuerpos tanta basura mental, física y emocional. Si queremos representantes dignos, con honradez y entrega, tenemos que ser personas con conciencia, porque nos está ocurriendo como esa anécdota que cuenta Kierkegard, el filósofo existencialista: «Una vez, en un teatro, se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero este creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia, y los aplausos fueron aún más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo: en medio del júbilo general del respetable, que pensará que se trata de un chiste».

* Escritor