La mitad de julio nos remite a la infancia, el lugar donde construimos la auténtica patria, ese comienzo de nuestra biografía que ya nunca se separará de nosotros porque la vida siempre nos remitirá a ella. Ahora, quienes nacieron en la capital se ponen el pantalón corto y las zapatillas, se tapan del calor durante el día y por las noches se van al cine de verano. Los que somos de pueblo, que es como si tuviéramos dos nacionalidades, dejamos que el bochorno se cebe con los pisos mientras hacemos las maletas camino de las casas donde nacimos, en invierno llenas de humedad y ahora incluidas en ese diccionario cursi de lo rural. El verano, con su escueto maletero para vestirte --nada que ver con la abundancia de quitafríos del invierno--, es la vuelta a la infancia. Por eso acechamos en sus días la felicidad, que es lo que recordamos de aquellos tiempos de niños, aunque nos obligaran a untarle saliva en las orejas a otro de la pandilla con el que nos echaban a pelear, nos pusieran siempre de porteros queriendo jugar de delanteros o se quedaran con nuestra colección completa de Roberto Alcázar y Pedrín que nos regaló un viajante. El verano era la felicidad de la bicicleta camino de la casa de los amigos y luego de las huertas con albercas, la de Antonio el Alcalde, donde habíamos aprendido a nadar, y la de Paco el de la Inés, en la que vimos a las primeras muchachas en bañador. El verano es la estación del placer, algo así como la verdad de la vida, porque aprendimos que en ese tiempo había siestas, unos momentos de obligado silencio impuesto por los padres en el que te inventabas otra existencia, vestido de indio con los tirabuzones de tu hermana como cabellera o creyéndote un aprendiz de albañil con cemento y palaustre para arreglar todos los agujeros de la pared del corral. El verano es ducharte sin calentador, salir por las terrazas de los bares y encontrarte con aquellos que, como tú, recorrieron estas calles todos aquellos veranos en los que estábamos construyendo nuestra patria, que es la infancia, ese comienzo de nuestra biografía que ya nunca se separará de nosotros porque la vida siempre nos remitirá a ella.