Hemos pasado muchos días con el alma en vilo, pendientes de los chicos tailandeses atrapados en una cueva. ¿Por qué será que su historia ha captado la atención mediática del mundo entero? Porque era una situación límite, porque se trataba de unas criaturas como las nuestras, de las que se van de campamentos y esperamos que vuelvan sanas y salvas. Quizá nos atrajo el hecho de que desde el primer momento nos alertaron de que podían tardar meses en salir.

El caso es que muchos espectadores hemos seguido la situación como si fueran nuestros hijos y hemos respirado aliviados cuando los rescataron. Ahora sus imágenes fuera ya del hospital, alegres, nos confortan y nos alegran.

A menudo, cuando el foco mediático se centra en unos hechos concretos, me pregunto cómo es que esto sí merece todo el tiempo del mundo, cómo es que unos niños concretos tienen la consideración de niños a nuestros ojos de espectadores pasivos y, en cambio, otros con situaciones críticas o catastróficas no merecen ni un minuto de compasión en la lente de los medios masivos.

¿Somos nosotros quienes decidimos qué temas son de interés? La pregunta es ingenua, ya lo sé, el funcionamiento de las noticias instantáneas pensadas para casi toda la humanidad se parecen mucho más a las instrucciones de un ilusionista que nos dice «mirad aquí» y ahora «mirad allí». Así vamos perdiendo el interés por los temas que se siguen sin resolver pero ya no son novedad, o no han sido nunca noticia o lo han sido en algún momento y ya no toca que lo sean. Por ejemplo, los menores inmigrantes que dormían en los juzgados de Barcelona porque las autoridades competentes han actuado con lentitud a la hora de adjudicarles un lugar como se haría con cualquier otro menor desamparado.

Prevalece aquí la condición de inmigrante por encima de la de niño. Algunos medios se han hecho eco del vergonzoso asunto, pero no ha ocupado ni por asomo un espacio similar al de los niños tailandeses. Es cierto que en este caso la situación no era de vida o muerte, pero imagínense ustedes que sus hijos de 15, 16 o 17 años pasan las noches en el suelo de unos juzgados sin un triste cartón sobre el que tumbarse. ¿Cómo es que los niños de la cueva asiática nos son tan familiares y estos otros menores tan lejanos? Se diría que hay un mercado de las noticias empáticas. Aylan estremeció las conciencias europeas pero no los numerosos cuerpos de bebés y niños que hemos visto en fotos escupidos por el mar. Hemos seguido en algún momento lo que pasaba en Siria pero no hemos dedicado un triste pensamiento a la terrible catástrofe de Yemen donde el sitio impuesto por Arabia Saudí hace que los hospitales se llenen de madres velando a unos niños que se mueren de hambre. Esta espera no la capta ninguna cámara. Ahora miren hacia aquí. Ahora miren hacia allí.

* Escritora