Se pasean por Europa, por los EEUU de Trump, irrumpen en Brasil... Estremece ver cómo la democracia pare hijos que solo quieren traicionarla, cómo el mundo muestra su rostro más intolerante, más egoísta, también más atemorizado y desconcertado. Estremece verlo, y aún más no saber cómo plantarle cara.

Vox llenó Vistalegre y se nos ha llenado la boca de «fascistas», el descalificativo favorito de las críticas a granel. La etiqueta se reparte entre lo que se desprecia, pero también entre lo que no se entiende. Y de tanto usarla, es más escudo que arma. Los nostálgicos del No-Do no son el peligro, pero sí todos los que se sienten ninguneados y al fin creen ser escuchados.

El sueño de la razón produce monstruos, advirtió Goya. Y la precariedad, el temor a la intemperie, la exageración con la que se combaten o ridiculizan algunos movimientos sociales o políticos, nos llevan a la sinrazón. El que tiene miedo necesita un monstruo a quien culpar. La misma indignación que sienten los que creen que «Espanya ens roba» es la que tienen otros ante las ansias independentistas de un territorio rico. La lucha feminista es percibida como un ataque cuando se teme perder las migajas. Antes de caer en las críticas hiperbólicas, deberíamos ser conscientes de que hay quien se las cree. Deshumanizar al adversario también alimenta al monstruo. La igualdad y el bienestar son el único antídoto contra los populismos.

* Escritora