Cuantos hemos dedicado parte de nuestro tiempo a la lectura del Diario de Sesiones, somos conocedores de los diferentes estilos de los parlamentarios. De algunos se critica su capacidad para irse por las ramas, de otros se resalta su oratoria florida y de unos pocos se destaca su pulcritud y elegancia. Convendremos en que esto último no es aplicable al actual portavoz del PP, Rafael Hernando, como demostró la semana pasada durante la moción de censura presentada por Podemos. Entre las críticas que le dedicó a Irene Montero estuvo la de que ella no estaba cerca de Clara Campoamor en su lucha por la igualdad, sino más bien de Margarita Nelken, que se opuso al derecho de sufragio para las mujeres. Y esto merece algunas aclaraciones.

Margarita Nelken, la única de las mujeres diputadas de la II República elegida en las tres legislaturas, no figuraba aún como parlamentaria cuando se produjo el debate constitucional sobre el sufragio femenino en 1931, porque ella llegó a la Cámara en el mes de noviembre, tras una elección parcial celebrada en Badajoz, pero figura entre los que votaron sí al proyecto completo de Constitución el 10 de diciembre de 1931. Ahora bien, sí cabría añadir que en 1933 Nelken opinaría, tras la victoria de la derecha en las elecciones de noviembre, que esto había sido posible gracias al voto de las mujeres, cuestión que hoy día la historiografía ya ha resuelto (y sabemos que esa afirmación no se puede mantener). También podemos constatar que unos años antes, en 1919, había publicado un libro fundamental en la historia del feminismo español, La condición social de la mujer en España, y que en él, como otras muchas mujeres, desconfiaba del apoyo que la derecha daba a la consecución del derecho de sufragio femenino, pues afirmaba que «de intervenir nuestras mujeres en la vida política, esta se inclinaría en seguida muy sensiblemente hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor, que es, no lo olvidemos, su director». Y más adelante opinaba que las mujeres podían votar en aquellos países donde estuviesen capacitadas para ello, situación que consideraba que no se daba aún en España.

Como diputada intervino sobre todo en cuestiones de carácter social, a menudo en defensa de las mujeres. Fue socialista, aunque en 1936 abandonó ese partido y se integró en el PC, con el que mantuvo una gran actividad a lo largo de la guerra civil, pero en 1942 se produjo su expulsión del mismo, en opinión de Federica Montseny porque pensaba que podría llegar a sustituir a Pasionaria, y se equivocó. Pero, además de eso, fue una gran intelectual, periodista, feminista y crítica de arte. Hablaba francés, inglés y alemán, y fue la primera traductora de Kafka a nuestra lengua. Sus conocimientos de arte le permitieron publicar en revistas extranjeras, así como dar conferencias por varios países europeos tras la II Guerra Mundial y esa línea la mantuvo en el exilio en México, donde entre otras publicaciones colaboró en Romance, la revista fundada por Juan Rejano. En este ámbito es de destacar el ensayo que publicó en 1929, titulado Tres tipos de Vírgenes, donde reunió los textos de tres conferencias impartidas en el Prado sobre La Anunciación de Fra Angélico, las Vírgenes de Rafael y La Virgen y el Niño de Alonso Cano. Murió en el exilio en 1968, y en opinión de la dirigente anarquista antes citada, «era un valor excepcional y una mujer valiente en todos los tiempos y en todas las situaciones. Quizás por eso, porque fue una mujer excepcional, el silencio ha caído sobre ella como una pesadísima losa». Y ahora, cuando la derecha la cita en sede parlamentaria, como ha ocurrido con Hernando, no cuida los datos para evitar cometer errores.

* Historiador