Que España es un país seguro lo dicen las agencias de viajes, los millones de turistas que nos visitan y hasta los informes oficiales del Ministerio del Interior que por eso mismo pasan desapercibidos: las buenas noticias no venden. A pesar del incremento de la delincuencia en España en 2018 un 4,1% respecto al año anterior, a este alza contribuyó el aumento de las infracciones penales en Cataluña, País Vasco y Navarra, el de las estafas por internet, que se dispararon y subieron un 46,8%, y las violaciones, con el 22,7% más en 2018 respecto a 2017. En cambio bajan los robos en general, los robos con intimidación y los perpetrados en domicilios particulares. Leyendo estos datos que, ya digo, han sido despachados con una mínima reseña, inconscientemente ha comenzado a sonar en mi cabeza la publicidad abusiva y abrasiva de las empresas de seguridad que quieren colocarnos alarmas hasta en el cuarto de baño. Y menciono esta dependencia con toda la intención, no como metáfora, pues de buena mañana cuando conecto la radio durante mis abluciones comienzan a filtrarse los diálogos chorras que hablan del asalto anoche a la casa de los vecinos, del drama de los primos a los que han invadido el chalet o de las valiosas obras que se han llevado de unos amigos mientras estaban de turismo por Jordania. Hechos que se muestran como un merecido castigo por no tener contratada la alarma con una de las empresas líder en el negocio del miedo. Esta invasiva campaña en pro de la seguridad a domicilio --ponga una alarma en su casa-- comenzó tras el verano y he de confesar que en ocasiones me he sentido molesto por esta zafia manera de querer amedrentar a la población con la dramatización de supuestos robos no cometidos. Pero también he observado la aparición de plaquitas en la urbanización de la playa, libre durante una década de estos azulejos, y en la ciudad donde he venido observando como se van haciendo parte del paisaje urbano. O sea, la publicidad y el miedo están surtiendo efecto y beneficios para quienes los agitan. También he recibido, como a buen seguro muchos de vds, entre esas llamadas intempestivas con ofertas de compañías telefónicas para robarse clientes, otras que venden alarmas de seguridad, con la consiguiente amenaza de robo, asalto y perjuicio para su familia. La cosa es tan rocambolesca que, una vez que me pillaron con la guardia lasa y sin muchas ganas de ser impertinente a lo Fernán Gómez, mantuve la conversación a la baja hasta escuchar cómo, por lo barato, me ofrecieron solo la placa de «domicilio protegido con sistema de alarma» sin conexión alguna, solo para utilizarlo como señal disuasoria. Y entonces fue cuando perdí la compostura.

* Periodista