Estamos cabreados. Incluso en las relaciones personales las malas formas, la falta más absoluta de empatía, se prodigan desde hace unos meses a esta parte. Hay una crispación que, si fuera natural, algo que sospecho que no es así, tendría un pase. Pero es que encima creo que tal estado nos viene propiciado por las redes sociales e incluso por campañas orquestadas. Y si estamos de mala leche porque otros quieren que lo estemos... mal asunto.

Hace falta un Carnaval, esa fiesta que todos los años es oportuna pero que en este 2019 es imprescindible, porque a este paso vamos a salir a bofetadas. Un Carnaval y gente con inteligencia.

Decía Antonio Fraguas Forges: «He conocido a gente inteligente que no tenía sentido del humor, pero nunca he visto a una persona con sentido del humor que no sea inteligente».

Eso sí, es preciso auténtico humor, ese que comienza riéndose de uno mismo para luego hacerlo con todo lo demás. De hecho, eso es lo que tiene el disfraz en Carnaval: que uno se ofrece a la picota y se pone a merced de la risa de la gente, ganándose primero el derecho a hacer chistes sobre lo que considere oportuno.

Por supuesto hay memes políticos graciosos en las redes sociales y parodias en programas determinados, pero no veo auténtico humor, ese que también contiene cierta autocrítica. Como máximo veo gracejos. Un ejemplo: algunos celebraban el término trifachito que ha acuñado hace poco el socialista catalán Miquel Iceta para ponerle un mote al futuro gobierno andaluz, del PP y Cs con el apoyo de Vox. Y como chiste, bueno... «técnicamente» es muy mejorable. El otro día me hablaron de una coplilla que preparan para el Carnaval (que lo mismo no sale, porque ingenio y letras no les faltan a los autores) en la que los chirigoteros, tras reconocer haber estado enchufados junto a sus familias durante décadas en la Junta, cantan que van a cambiar de clavija porque ahora habrá un «cable de fuerza» que usa «enchufe trifásico: positivo, negativo y toma de tierra». Y ahí lo dejan, diciéndolo todo sin decir nada, arañando pero sin hacer sangre y para que cada cual se reparta electrones, voltios, chispazo, corriente, enchufe e ironía. ¡Qué crítica política! ¡Qué arte!

Necesitamos inteligencia y necesitamos reír con empatía, que es esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, lo cual ya implica un cierto respeto por sí mismo y por el que está enfrente.

Necesitamos un Carnaval y menos mala leche. Pero ya.