A veces las noticias más duras e importantes, por muchas y graves que se están viviendo en este comienzo de año, nos llegan desde el círculo personal. Y no solo porque nos toca directamente el corazón, sino porque también son relevantes en sí mismas aunque no acaparen titulares, además de obligarnos a pensar y a asumir una nueva lección de la vida. Es el caso de la reciente marcha de Manuel Pantojo Vázquez, delineante, pintor, trabajador de la Gerencia de Urbanismo, inspector del Casco Antiguo y una de esas inteligencias privilegiadas que destacan no solo en lo profesional, también en el dificilísimo arte de entender y vivir la vida.

Frente a los que dicen que los periodistas nos inventamos la mitad de la información, y que las que obtenemos encima nos la ‘filtran’ los trabajadores del Ayuntamiento, la Junta o el Gobierno, hay que decir que no es verdad. Más bien es justo al contrario. Los periodistas no usamos la mitad de la información que nos llega y los funcionarios son los que menos ‘sueltan prenda’ de su labor. Que si no... ¡Entonces sí que se liaba parda! Y digo esto porque, aunque afortunadamente pudimos hablar largo y tendido de lo humano y lo divino, me hubiera gustado conocer por Manuel, por ejemplo, las entretelas de la gestión urbanística de un momento clave hace un par de décadas, aquellos entresijos que nunca trascendieron. Pero más aún habría disfrutado al escuchar su opinión personal de proyectos (todos), éxitos (pocos) y fracasos (demasiados) de las últimas etapas de la política urbanística en Córdoba.

Porque en esta época en la que vamos como locos hacen falta más que nunca manueles que se tomen su tiempo y le den importancia a reflexionar sobre todo lo que ocurre, incluido lo más reciente, esas noticias de las que no pudo enterarse al estar ya muy malito. ¿Qué me habría dicho Manuel del asalto al Capitolio en EEUU, de la gestión de la nevada que ha bloqueado al país, de las vacunas y las medidas contra la pandemia, de los planes para restringir que se usen nuestros datos en internet y en esas redes sociales que mientras más usamos menos vida social de calidad tenemos? Aunque me imagino como respuesta una amplia sonrisa y un socarrón silencio, de esos que ya lo dicen todo, antes de ofrecer una de sus reflexiones que te dejaban sentado y clavado en la silla, cavilando.

No soy crítico de arte para valorar la pintura de Manuel Pantojo (pese a los numerosos premios y obras vendidas), pero he visto a través de su familia la capacidad de generar amor a su alrededor y, de esto sí que presumo, sé distinguir por instinto solo dos cosas: el buen vino, que no viene al caso, y los espíritus valiosos, esos que precisamente son tan necesarios en estos días. Por ello quiero pensar que el legado de Manuel en este mundo digitalizado y acelerado, al contrario de lo que ocurre con las máquinas, no desaparece cuando se pierde el disco duro. Deseo creer que en todo caso la sabiduría, la espiritualidad y el amor de las almas grandes solo cambian de formato tras la muerte.