Ya la Navidad no comienza como en los tiempos del Novecento de Bertolucci, dos o tres días antes del nacimiento de Jesús, sino casi en verano, cuando en Fuengirola nos venden el primer décimo del Gordo. Ni como en la época de aquel callejero cordobés, cuando a la calle Cruz Conde le cambiaron por primera vez el nombre en 1930 por el de Málaga, en la dictablanda de Berenguer, que sustituyó a Primo de Rivera, aunque luego, en 1940, volvió a denominarse como en la actualidad. Fue parte de la conferencia de Francisco Acosta (hijo del diputado por el Partido Socialista de Andalucía en el Parlamento catalán y concejal de IU en el Ayuntamiento de Córdoba, José Acosta), «Hombres y nombres: el callejero de Córdoba de la República al franquismo», que pronunció en el ciclo de conferencias sobre la Córdoba republicana. Cada vez llega antes la Navidad, no como cuando yo vestía con Marcelino el portal de Belén de Villaralto el mismo día del sorteo de la Lotería de Navidad, el momento de empezar a pedir el aguinaldo, carita de rosa, y a cantar todos los villancicos de la rondalla. Ni cuando votamos la Constitución el 6 de diciembre de 1978, hace cuarenta años, cuando todavía estábamos estudiando en Madrid, habíamos enterrado al dictador en nuestra mili del 75 y los tiempos de España cumplían su norma histórica que solo se alteraba con el ansia de la primera pornografía tras la muerte de Franco, que ponía patas arriba los quioscos de prensa. Y ni mucho menos cuando Bernardo Bertolucci, el director italiano de cine recién fallecido, estrenó El último tango en París en 1972, que Franco todavía no se había muerto y exigía que se cumplieran las esencias ideológicas del nacionalcatolicismo. En aquellos tiempos la Navidad empezaba cuando debía, aunque los estudiantes, en verano, cambiáramos el almanaque de arriba abajo al irnos para Alemania a juntar dinero para el próximo curso y dedicáramos las tardes en Frankfurt a asomarnos a los striptis y algunas noches a las películas porno o a las que los españoles iban a ver a Perpiñán, como El último tango. Eran tiempos en los que la normativa se cumplía porque los obispos mandaban todavía mucho más que ahora --tanto que el nombre de todas las calles del Campo de la Verdad tienen relación directa con Fray Albino--, porque a cada cosa se le daba protagonismo a su tiempo o porque en 1940 el general Varela le quitó el nombre al Realejo y le puso el suyo. En los tiempos en los que la calle María Cristina se llamaba Pablo Iglesias, en 1931, la ciudad de Córdoba empezó a darse cuenta de que cada época debe tener un héroe que la redima, le aporte fama y le ponga un nombre. Pero a su tiempo. Sin adelantar la Navidad a noviembre.