Una balsa en el mar no puede ser un tuit. Una balsa en el mar no puede ser un motivo más de locura ancestral entre las dos Españas. Sin embargo, un fondo telúrico de fiebre y magma vivas nos abrasa las plantas de los pies, la voz del pensamiento, también en este tema, aunque estemos hablando de un barco con 163 náufragos, porque cualquier cuestión es suficiente para arrojarnos el corazón y las vísceras a la cara y recordar en qué bando militábamos en el 36. Poco importa la vida de esta gente, y menos aún su odisea con raíles invisibles de desierto cincelando las grietas de la cara y las manos. Porque aquí lo importante es cómo manejamos cualquier tragedia ajena para posicionarnos. Pero a veces los asuntos son sencillos: recoger a 163 náufragos de la muerte marina no requiere excesos de retórica, aunque los estemos gastando a manos llenas mientras Pedro Sánchez se retira de la realidad. Tú pregunta a un niño de cuatro años lo que opina sobre salvar o no a un grupo de hombres, mujeres y niños, perdidos en el mar y a punto de morir ahogados: si ese niño ve que una patrulla de salvamento marítimo pasa de largo, sin reparar en ellos, que es lo que mucha gente ha demandado en Italia y España, ese niño no lo entenderá. Porque hay algo de pureza en la justicia, hay algo de humanismo sin mácula en la frente que trata de salvarnos de nosotros mismos, de nuestros propios miedos egoístas, de nuestras frustraciones como sociedad que solo mira dentro de sí misma, de sus temblores y su fragilidad. Porque hay algo de pureza, especialmente, en el derecho internacional, que por enfrentarse a circunstancias más globales quizá se aleja más del localismo estéril, para tocar un mundo curtido con fronteras, por supuesto, y además con muros que deben soportarlas, pero también con sus propios espacios intermedios, limbos ocultos que no pueden estar vacíos de justicia: también a pie de muro, como en alta mar.

Esta semana hemos sabido que para la Justicia italiana rescatar a los 163 náufragos del Open Arms, tras 19 días a la deriva en el Mediterráneo, era una obligación no sólo para la oenegé, sino también para Italia y España. Según el decreto de la Fiscalía de Agrigento, en Sicilia, el Open Arms informó adecuadamente al MRCC de Roma -su centro de coordinación de rescate marítimo- que había solicitado un puerto seguro también a Malta y a España, pero poniendo en copia al MRCC de España en Madrid, por lo que el Gobierno de Pedro Sánchez tenía información directa de lo que sucedía. España ha intervenido diecisiete días después. Y no sólo tenía que haber apoyado su rescate, sino que tenía que haberlo exigido. ¿Por qué? El Artículo 98 de la Convención Unclos de la ONU, una de las fuentes principales de Derecho Internacional del Mar, respecto al deber de prestar auxilio, afirma que «todo Estado exigirá al capitán de un buque que enarbole su pabellón que, siempre que pueda hacerlo sin grave peligro para el buque, su tripulación o sus pasajeros (…) Preste auxilio a toda persona que se encuentre en peligro de desaparecer en el mar». Es decir: todo Estado -España- exigirá al capitán de un buque que enarbole bandera de su pabellón -el Open Arms- que preste auxilio. También la Convención Unclos especifica sin demasiados matices que «los Estados ribereños» deben «colaborar» con otros Estados. Y todo esto no depende de la simpatía pública o privada que despierte la decisión, ni de su calado electoral, ni de las ganas de desconectar que tenga un presidente del Gobierno en los atardeceres pantanosos de Doñana. Todo esto depende del Derecho, pero también de una moral sin demagogia, con su luz de pureza.

La vicepresidenta Carmen Calvo ha afirmado que el Open Arms «no tiene permiso para rescatar». Y es verdad. Lo que sí tiene es la obligación de hacerlo, como el Gobierno de España de apoyarlo y exigirlo. El Derecho está para aplicarlo: ni España ni Italia podían mirar aquí para otro lado. Y efectivamente: por acción u omisión, ya sea de tibio parloteo o jugando al avestruz, el Gobierno de España no se ha desmarcado demasiado de Salvini. Poco importa ahora el posible pedigrí ideológico de cada cual, sino la verdad de los hechos, o de las omisiones, ante la oportunidad de tomar partido. Y cuando Carmen Calvo ha dicho que el Open Arms «no tiene permiso para rescatar» nos ha posicionado al lado de Salvini. La han dejado sola, pero poco sirven las caretas sonrientes con políticas reaccionarias. Porque si esto lo hiciera alguien del PP o Ciudadanos, arderíamos de ética.

* Escritor