Nunca se vieron unos árboles tan cargados de naranjas. Su perfume embriagador nos anunciará el comienzo de la primavera. Son las flores de azahar, de un blanco inmaculado que tienen además propiedades medicinales contra el estrés y son la base de perfumes caros. Cuando sus pétalos caen, aparece una alfombra nevada que tapiza nuestras calles, aunque su duración es muy corta. Estas naranjas son amargas (¿a quién se le ocurrió esa idea?). Y es una lástima, ya que las naranjas, como todos sabemos, son uno de los reservorios más ricos de vitamina C. Hay montones de medicamentos que la integran, porque fortalecen las defensas, y en estas épocas invernales, un vaso de zumo de naranja (tres naranjas) dos veces al día, te cura un refriado. Otros iconos culinarios de Córdoba son el «salmorejo» y los «rabos de toro» (que en realidad son del espinazo y de la vaca). Pero lo que de verdad nos hace únicos, es el riquísimo patrimonio arqueológico de tres culturas, romana, árabe y judía. Y la «perla» es la incomparable Mezquita musulmana, como una joya en medio de tanto esplendor. Bien es verdad que toda riqueza monumental o artística necesita una promoción. ¿Qué pasaría si Granada, nuestra querida vecina, no hubiera sido conocida mundialmente por sus embelesadores Cuentos de la Alhambra? Pero también nosotros tenemos nuestro Washington Irving particular. Se trata de Desiderio Vaquerizo, un profesor de Arqueología de la UCO, que ni siquiera es cordobés, pero está enamorado de nuestra ciudad. Ha puesto en marcha un programa de divulgación, «Arqueología somos todos» cuyo impulso está creando un desarrollo espectacular del turismo. Por eso pienso que los cordobeses estamos en duda con él. Deberíamos conocer nuestros extraordinarios orígenes visitando su página web, www.arquecordoba.com donde se contempla una maravillosa recreación de la Córdoba romana (s. II A.C) con sus palacios, anfiteatros y circos. H

<b>Julio César Jimena</b>

Córdoba