La huelga de los trabajadores de Eulen que prestan servicio en el aeropuerto de El Prat va a convertirse en el perfecto ejemplo de un conflicto laboral en el que nadie gana pese a haber habido oportunidades para una salida digna y positiva para las partes. Contra lo que parecía razonable, los empleados rechazaron el domingo una propuesta de aumento salarial que estaba mucho más cerca de sus pretensiones que de la cerrada posición inicial de la empresa, y esa negativa dio paso ayer a una huelga total e indefinida. Pero como los servicios mínimos son de un 90%, y la Guardia Civil refuerza los controles de seguridad, el efecto del paro fue ayer inapreciable y los miles de pasajeros que debían tomar un avión lo hicieron sin contratiempos. El laudo arbitral de obligada aceptación que en breve dictará el Gobierno permitirá hacer balance de lo conseguido por los huelguistas con su protesta, pero parece difícil que obtengan más de lo que se les ofrecía en la mesa de negociaciones. Aun admitiendo la legitimidad de sus reivindicaciones --sus sueldos son manifiesta y necesariamente mejorables--, han usado sin miramientos como rehenes a miles de pasajeros y han puesto en jaque irresponsablemente sus vacaciones, lo que les ha granjeado muchas más antipatías que simpatías. La tardanza del Gobierno y de la Generalitat en reaccionar ante el conflicto y su cruce de reproches políticos han completado este triste cuadro.