Casi al pie de la letra parafraseo a la escritora estadunidense Anne Morrow, aclamada autora de más de diez libros y numerosos artículos, por lo mucho que me identifico con su pensamiento acerca de la simplificación de la vida para lograr la felicidad. La simplificación de la vida supone prescindir de todo lo superfluo, convencidos de que son muy pocas cosas las indispensables. Es todo un lujo ser capaz de elegir entre la sencillez y la complicación de la vida. La sencillez nos provoca gran serenidad y libertad. La complicación, con el querer estar aquí y allí, el querer competir, demostrar, propagar lo magníficos que somos, ser los número uno, lo mucho que tenemos, etcétera, logramos una acumulación de dependencias innecesarias de todo tipo que nos embrollan la vida hasta extremos que no dejamos el menor espacio vacío donde sea posible que se restaure y renueve la humanización de la vida. La ley seca del arte -Ortega y Gasset- es ésta: Ne quid nimis, nada de sobra. Y nos sobra casi de todo que consideramos imprescindibles para resultar paladines de aquello que la sociedad demanda para ser alguien. Recuerdo a una persona que, literalmente, corría para no llegar tarde a una conferencia y saludar -decía- al ilustre conferenciante. Aquella persona dejó de interesarme, porque en aquella carrera y aquel saludo buscaba tan solo un superfluo adorno, contrario a la sencillez de la belleza: lo he visto, lo he saludado... ¿Y vale la pena correr, estar en primera fila para que se nos vea? Todos, de una manera o de otra, formulamos un deseo al soplar la vela agonizante de cada día. Mi urgente súplica, pues, un buen escardado de tanto trivial sobrante como invade nuestras vidas para que la luz penetre en nuestro interior y nos permita conocer la verdadera y auténtica belleza que debe ornar nuestra fugaz existencia. Sólo será imperecedero el rastro luminoso de nuestra autenticidad. ¡Ojalá éste sea el tan traído y llevado efecto de futuro! Nada de sobra y entraremos en el reino de la paz.

* Maestra y escritora