El nacionalismo es la confluencia de varios malentendidos: la existencia de naciones; la existencia de razas (por supuesto unas superiores a otras); la existencia de lenguas monolíticas; la existencia de una identidad colectiva fija que se superpone a la individual. Es decir como opina Steven Pinker. «El nacionalismo es directamente heredero de la mentalidad tribal». Respecto a las razas Sforza, el genetista italiano que demostró la inexistencia de razas decía que «el racismo es un antiguo flagelo de la humanidad» en paralelo con el nacionalismo: «Los grupos que forman la población humana no están netamente separados, sino que constituyen un continuum… las diferencias entre individuos son más importantes de las que se ven entre grupos raciales».

Lo cual no evita que siga siendo el nacionalismo una opción política ampliamente difundida y con un respaldo popular nada despreciable. El problema esencial del nacionalismo no es definir la «nación», su «nación», sino concretar su existencia. Fue el filósofo alemán Herder quien acuña la ideología nacionalista en el siglo XVIII en los prolegómenos de su expansión conceptual y real en la Europa del romanticismo, y es en el siglo siguiente, cuando la expansión de ese concepto se hace universal. Según el historiador marxista Eric Hobsbawn el término nacionalismo se difunde por intelectuales nacionalistas para describir a los nuevos portavoces de la reacción.

El nacionalismo parte de una premisa que considera irrefutable: la existencia de una nación. Es decir de un grupo humano definido por determinadas características ya sean étnicas, lingüísticas, de territorio, de historia, incluso de raza. Un grupo estable, con un origen colectivo sin pecado original y que supone el ámbito adecuado de la felicidad social. También necesita diferenciarse de otras naciones para considerar su existencia. Todo lo que sea atentar a la unicidad, a la estabilidad eterna, inmutable, de ese grupo colectivo, de esa nación, es rechazado por los nacionalistas. Pero no existen esas sociedades. Todas las sociedades amplias son multiétnicas y multilingüísticas.

Y todas las premisas en las que se basa la «nación» no sólo no existen en la realidad, sino que solo forman parte de lo que Castoriadis, el filósofo francés, llamó el imaginario radical, es decir la capacidad del ser humano de inventar significaciones desde la nada. La «nación» sería el paradigma de ese imaginario. La nación no existe; existen los Estados, países, los territorios y las fronteras, tan escurridizas y tan maleables y artificiales que sólo llegan a crearse cuando se funda la cartografía y cuya función es sobre todo económica, administrativa y de delimitación de poder.

De hecho el nacionalismo, por ejemplo el andaluz, reclaman cuestiones que en realidad no tienen nada que ver con lo que una nación sea, como el agrarismo andaluz o la injusticia social; que no sólo se dan en otras partes sino que definen un ámbito político de izquierdas, no de naciones. O el origen burgués de los nacionalismos catalán o vasco, relacionados con una manera capitalista de entender la economía y la distribución de recursos y no con ningún grupo humano étnico, lingüístico o histórico, aunque se reinventen y manipulen estos aspectos.

En el mundo hay unos doscientos países y según la ONU unas seis mil naciones; ello denota que no existe correspondencia entra nación y Estado y también que la corrección universal de la ONU se contradice cuando ni siquiera es capaz de identificarlos. De hecho no cumple el principio wilsoniano (del presidente de los Estados Unidos Wilson en la Primera Guerra Mundial) que pretendía hacer que las fronteras de los estados-nación coincidieran con las fronteras de la nacionalidad y la lengua tras la Gran Guerra. En todo caso una nación no es causa ni suficiente ni necesaria para constituir un país. La nación hace referencia a una estructura política y administrativa y el país a un territorio. En la Edad Media no existían fronteras sino territorios no delimitados. Es con el auge de la cartografía con la que posteriormente empiezan a delimitarse.

La constitución de los países y los Estados hasta el siglo XIX no ha sido consecuencia de la correlación con ninguna nación. Sí lo es que el imperialismo moderno surge del nacionalismo aliado con el capitalismo. Y la libertad cultural y el pluralismo gozan de mejor protección en los grandes estados que se saben plurinacionales y pluriculturales que en los Estados pequeños que van tras el ideal de homogeneidad étnico-lingüística y cultural. No es casual que el nacionalismo surgiera en el siglo XIX de la mano del romanticismo pues para este movimiento cultural como señala Isaiah Berlin «constituyó una protesta pasional contra todo tipo de universalización» y se concreta la revolución industrial. Y desde el novecento lo fue causando el mayor número de guerras, muertes y catástrofes humanitarias de la historia universal.

Quien quiera puede considerarse nacionalista, catalán, español, vasco, andaluz, chino o nigeriano, y considerar que su nación es superior a las otras (condición indispensable de cualquier nacionalismo), pero ello no es gratuito. La nación no es una realidad, es una ficción. Por eso cuando se habla de nacionalismos excluyentes se nombra una tautología: todos los nacionalismos son excluyentes. Todos los nacionalismos se forjan en la confrontación. Para Harari: «Todos los intentos de dividir el mundo en naciones inequívocas han concluido hasta ahora en guerras y genocidios».

* Médico y poeta