Naturalmente, la glosa o comentario volandero del libro de Alain Minc ha de comenzar con el escolio de su visión de la historia de España, basada, aparte de su gran conocimiento personal de gentes y viajes, en autores reputados pero muy escasos para una tentativa de la afrontada por este muy influyente personaje en los medios y cancillerías europeos. Asombra en este punto, v. gr., la ausencia en su aparato crítico de autores como Menéndez Pidal, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, J. Antonio Maravall y, sobre todo, el olvido ominoso del libro ya casi mítico pero no por ello menos discutible de D. Julio Caro Baroja.

Sin su consulta detenida es muy improbable que se pueda trazar un discreto relato y un retrato aproximado de la imagen y el ser histórico de España por buido que sean el escalpelo analítico y la fuerza y agilidad expresivas del autor. Mas con todo, no radica aquí el principal talón de Aquiles o el extremo más infirme del corpus argumental del brillante autor de Una nueva Edad Media. Su casi radical ignorancia del papel esencial y determinante representado por el catolicismo en el alumbramiento y despliegue de la nación española por las rutas principales de la Historia le impide conectar, pese a su simpatía y esfuerzo, con los latidos más auténticos y vigorosos de la presencia y actuación de España en el mundo. No hay excesivos prejuicios en su aproximación al balance de la aportación hispana al proceso civilizador de Occidente, mas -importará insistir-- su indigencia historiográfica y literaria, unida a un cierto talante un si no es de superioridad muy francés en la reflexión acerca de otros pueblos, veda a Minc un conocimiento aquilatado de la verdadera fisonomía histórica, de los principios doctrinales que forjó y/o expandió por los cinco continentes, en una empresa sin muchos paralelos en los anales de Clío.

Por descontado que la frustración a la hora de dibujar con arreglo a sus auténticos contornos la anatomía o personalidad histórica de España en manera alguna puede instrumentarse para descalificar o amenguar los numerosos valores que atesora el libro apostillado. Del retrato, a las veces, fotografía de los otros grandes países europeos, quizás sean el de Gran Bretaña y, sobre todo, los de Alemania y Rusia los más enjundiosos, con desmesurada tal vez atención a la etapa del gran presidente Putin, acaso por ver en él a un genuino heredero de los grandes zares -y zarinas…-- que hicieron al gran país oriental.

Curiosa, pero hasta cierto grado comprensiblemente dada la menguada alforja de saberes sobre el catolicismo, la descripción del ADN italiano resulta, en conjunto, decepcionante. Cierto es que la unidad italiana es de ayer -1870--, pero también lo es la germana, y, sin embargo, la disección o desvenamiento de las principales arterias de su carácter histórico se ofrecen en las páginas de la obra de Minc más convincentes y atractivas. Sin duda y a redropelo de modas y mustios clisés, la religión es la principal clave en la forja de las grandes culturas. Cuando se posterga u omite tan poderoso factor, todo se empaña o desdibuja.

* Catedrático