Siempre pensé que cuantas más banderas cuelguen las calles más ignorancia habita en los pueblos. La mejor bandera de una sociedad desarrollada es la generalización de la cultura. Cuando eso se consigue, las banderas van arriándose y saliendo solo en momentos puntuales. Por eso los países dictatoriales suelen poblar todos los rincones de símbolos patrióticos; porque como no se extiende desde las instituciones la cultura suficiente y no se hace porque no conviene a la clase dirigente, entonces se embruja a la gente con un fanatismo reaccionario contra presuntos indeseables que atentan contra presuntas patrias preciosas que están siendo subyugadas por enemigos imaginarios. Y todo ello a través de una propaganda que diga que ese pedazo de tierra en cuestión, siendo el mejor del mundo, está injustamente maltratada y explotada por quien por ser ajeno no la ama. Pero todo eso es un plan de los poderosos para serlo aún más. Lo triste y sorprendente es que a medida que España se ha ido alejando de esos pensamientos medievales y franquistas, Cataluña los ha ido adoptando. Nuestro país, a raíz de 1978, ha dado un salto precioso hacia el progreso. Hemos aprendido a que las banderas ocupen un lugar muy secundario en nuestras vidas. Cuando contemplo que el pueblo español no suele presumir de su amor a España a través de los colores de la bandera, me siento orgulloso; es la prueba de que nuestra sociedad es avanzada. Cada vez que la selección española de fútbol escucha el himno y no canta letra siento una satisfacción parecida a cuando leo un libro de Antonio Machado. Y no me dan envidia, sino algo parecido a la compasión, esos futbolistas de otros países cantando alto y fuerte la letra de su himno. Y es que siempre es un atraso anteponer la tierra y sus trapos (siempre sucios) a las personas. El verdadero nacionalismo solo es aceptable cuando está relacionado con la solidaridad y la libertad y no con la supremacía o la soberbia. Los españoles han aprendido a ser nacionalistas en su justa medida porque la educación universal se lo ha trabajado y bien. Por eso me sentí muy contento cuando, en el momento idóneo y no antes, las calles de Barcelona se llenaron de banderas españolas en un ambiente festivo y nada violento donde no se reivindicaba una separación o un odio al otro sino las ansias de seguir juntos. Y todo en un día iluminado no solo por el sol sino por esa naturalidad consustancial a los nacidos en esta ya vieja España que paradójicamente también siempre es especialmente maltratada por sus propios hijos.H

* Abogado